Se dejó crecer la barba y más que David Letterman, el presentador que durante 30 años condujo su propio programa nocturno, su late night show y revolucionó la televisión mundial, parece ahora más Papá Noel que otra cosa. Sin embargo, y a pesar de colgar el micrófono de su programa, y cuando todo el planeta lo daba por jubilado y retirado de los medios, emprendió una serie de entrevistas maduras, filosas y reflexivas para Netflix llamada “No necesitan presentación”. Sobre un escenario y ante un teatro atiborrado de público, Letterman traza un arco de entrevistas de una hora que van desde Jerry Seinfeld a Barak Obama, desde la Nobel de la Paz Malala a Tina Fey.
Nunca se lo vio a David tan calmo. Tan de vuelta de todo. Tal vez, es el hombre que mejores confesiones y reacciones haya obtenido de celebridades ante una cámara. Tal vez, es el conductor que más influenció a sus pares argentinos: Petinatto, Pergolini, Fantino. Letterman. Tal vez fue, mejor él que nadie, capaz de sintetizar cual fórmula química, un show compacto de música, sketches y entrevistas con rating elevado y fanatismo asegurado año tras año. Y siempre rompiendo bien los moldes.
Ahora, barbudo y meditativo, sigue siendo un entrevistador number one, brillante, una luz. Nadie como él es capaz de entrar y salir de temas profundos y dolorosos, de detenerse y ampliar anécdotas, de rociar en la charla, cual chef experto, pimienta y comentarios ácidos, y sobre todo de hacer sentir al entrevistado, aún ante la mirada de miles de personas en el teatro y las cámaras encendida, como en el living de casa.
Sus entrevistas deberían ser estudiadas en las universidades de periodismo. Leterman se informa mejor que nadie del personaje, tiene cuestionario en mente –algo que hace pasar como sus propias dudas, lo cual le da un tamiz más personal de periodismo de autor-, y se permite improvisar y dejarse llevar por el clima propio y cambiante de cada entrevista.
Hay gente que su sola presencia es una lección magistral de periodismo. A aquellos que quieren saber de dónde viene la tele y de dónde se inspiraron los conductores más transgresores por estos lares, deberían ver las entrevistas de David. Y su último programa, cuando todos lo daban por perdido y abandonado, es una prueba de que preguntar es un arte que exige talento y originalidad. Y artistas como Letterman son pocos. Menos de los que necesitamos.