Podrás no encontrar gente suficiente para armar equipo al fulbito de los jueves. Podrás no reunir todos los me gusta a tu página de Face. Podrás no dar con la gente necesaria para armar un grupo de estudio o una agrupación política. Podrás en fin, tener problemas, no importa el rubro que sea, para dar con una buena cantidad de gente leal y determinada. Excepto, claro, que los convoques para una batucada.
Armá una batucada murguera y siempre habrá –saldrán literalmente de las baldosas- un sinfín de batidores de tambores con ganas de precisamente batir su tambor. A toda hora. Todo día del año. No importa que venga el carnaval. O que venga el invierno. Ellos siempre están firmes, cual superhéroe de Ciudad Gótica, atentos a la llamada.
En mi pueblo, hay batucada a toda hora. Cualquier día del año. Vienen, de todas las direcciones, del parque, de la plaza, de la calle, de casa de un vecino. Los batuqueros son los desclasados de la música. Gente, como los locos, a los que sólo les queda golpear y golpear, antes de que los internen.
Como podrá ver, la batucada me tiene podrido. Otra cosa es vivir en Río o en Salvador, donde toda la fiesta, el ADN es una gran batucada. Acá, el asunto suena menos a carnaval y más a piquete. Menos a fiesta y más a corte de ruta con neumáticos en llama.
Intuyo que todo este festín importado del palo y el tambor, tiene su origen en el tutá tutá de los Auténticos Decadentes, o el Matador de los Cadillacs. Propongo que así como ellos cobran derechos en Sadaic por sus temas, deban pagar una multa por cada batucada que deje, en un radio de varios metros a la redonda, a todo oyente con las tarlipes al plato.
No necesitamos más ruido batuqueros. No queremos murga. No queremos tambores. Queremos que devuelvan sus bombos a los muchachos de la CTA y la Corriente Evite, y se dediquen a artes más nobles como el ikebana y el bricolaje. Hagan algo con las manos muchachos. Toda esa energía tal vez pueda invertirse en unas claras batidas a nieve. O en dar cuerda a una gran manivela que genere energía. No lo sé. Apelo a los científicos e inventores de esta ruidosa patria para que encuentren una forma de capitalizar toda esa energía de batir de bombo al divino botón. Y, vaya uno a saber, tal vez al menos, nos venga la boleta de luz más barata. Y las siestas en mi pueblo van a volver a ser siestas.