Entre músicos, la posición del disc jockey nunca estuvo muy bien vista que digamos. Mezcla difusa de programador de radio y músico frustrado, el DJ jamás gozó de calidad de músico entre sus pares. Pero por obra y gracia de la misericordia divina, siempre acostumbraron llevarse a las mejores chicas.

Pero esos días de gloria terminaron. O, mejor dicho, deberían terminarse de una buena vez.

Durante años, he tenido discusiones varias y múltiples y serias con los defensores del DJ como una rama de la música. Yo soy de los que creen, por supuesto, que no pertenecen a ninguna rama de la música. De hecho, ni siquiera pueden tomar sombra de su árbol. Pero esas discusiones acaloradas y románticas en defensa del músico de posta vs el mero pasador de música fueron hace tiempo. Recuerdo que los argumentos de mis amigos que los defendían siempre apuntaban a que el DJ creaba música sobre música, apelando a ciertas habilidades de hacer girar y detener los discos. Y así lograr efectos ochentosos como el scratching –ignoro si lo escribí bien- donde se trataba básicamente de raspar el disco sobre la púa, lo cual daba como resultado un sonido espantoso que los defensores del DJ juzgaban de re copado. “Ya todo está inventado”, repetían mis amigos. “El DJ crea un collage de música. Una acuarela. Recorta lo que ya existe y genera una obra diferente. Son genios, pero vos no los entendés”.

Pero ya les decía, los días del DJ están terminados. Y la discusión sobre si ellos califican o no como una rama del arte, debería estar también acabada. Pues resulta que ahora estos sinvergüenzas ni siquiera ponen y sacan discos. Se dedican simplemente a programarlos desde una computadora. Si algo quedaba de artesanal a su servicio –porque no es más que un servicio de musicalizar una fiesta, lo que ellos hacen y más allá de que algunos los pongan en un pedestal y levanten guita en pala-, si algo quedaba de su actividad, con la aparición del mp3 y la música digital, se les acabó la mística. Hoy en día, un Dj se dedicaba a apretar botones. Y hay gente que sigue pagando fortunas por un servicio así. Locos totales. Es como si uno pagara millones porque un pelele winner del Guitar Hero, diera un concierto en un teatro. De no creer.

Pero así es la vida mi amigo. Este mundo está patas para arriba –siempre lo estuvo sólo que ahora, se le empiezan a caer las cosas de los bolsillos-. Y el DJ que debería estar hace tiempo sepultado y reemplazado por maquinitas símil Spotify, sigue vivito y coleando. Y sobre todo, dejando a tanto músico estudioso y dedicado, profesional del solfeo y la técnica, como gente de otra época, pasada de moda, que aún creen que la música es un vibrar de cuerdas y tambores pulsados con las manos y el corazón.