A veces, uno se pregunta por qué tiene tan pocas ganas de ver gente. O de ver programas donde la gente habla a sus anchas. O de asistir a lugares públicos. O tomarse medios de transporte colmados. 

No quiere asistir ni ver en vivo ni en diferidos debates de ninguna clase. Ni presenciar a conferencias. Mesas redondas. Ni nada donde involucre gente expresando lo que tiene dentro. El fútbol y el deporte en general es otra cosa pues se trata de gente que, la mayor parte del tiempo –excepto medidas excepcionales- no abre la boca.

No siempre fue así, por supuesto. Antes la gente quería ver a otra gente. Se hermanaba. Se asociaba. Fundaba movimientos. Escribía manifiestos. Y, en fin, esperaba algo de ella. Algún conocimiento. Esclarecer alguna duda. 

Había gente que viajaba cientos de kilómetros sólo para ver a otra gente puntual, y aún sin mediar amor ni pasión de por medio.

Pero ya todo eso sucede muy poco, si es que sucede. 

¿Por qué entonces nos habremos vuelto tan ermitaños? ¿Es que le hemos tomado el gustito a la pandemia y al home office? ¿Le tomamos el gusto a la soltería y las reuniones por zoom sin siquiera encender la cámara?

¿Por qué a cada encuentro con gente nos disponemos como si fuéramos a recibir un pelotazo en la entrepierna?

Antes, en verdad, como decíamos, era un gusto estar con gente. Eran, como solía decirse en las épocas de oro de la humanidad, libros abiertos. Gente que desbordaba historias, aventuras en lugares remotos, encuentros con otra gente de renombre igualmente genial. Pero así como sucede con la extinción de los osos polares, y los leones y ciertas águilas, esa clase de gente –la más valiente, la más sabia, la más interesante- poco a poco, se ha tomado el palo. Ya nada queda. Nadie queda. 

En su lugar, permanece esta manga de buenos para nada, tediosos, quejosos, que lo único que hacen es criticar lo que la vida ha hechos con ellos, y arrojar pestes sobre familia, amigos, mandatarios y el pronóstico del tiempo. Es natural que uno ni quiera cruzárselos por zoom ni en audio de wapp. 

Por eso decimos, insistimos, no es que la gente no quiera verse por una inclinación a la soledad. Si no más bien por un motivo aún más alarmante: es que la gente ya ha decaído como los tomates. Y, por más vueltas que uno le dé, muérdales y comprobará usted mismo que no tienen sabor a nada.

Imagen creada con IA Mistral