Ahora que, con el éxito arrollador de “El Eternauta”, el juego de Truco está nuevamente de moda y hasta dicen que los japoneses vienen a aprender a Buenos Aires, es tiempo de decirlo: el Truco no es un juego de barajas.
Bueno, en los hechos lo es, o puede que así lo parezca, pero en la práctica es mucho más que eso. El Truco es una gimnasia mental, es una sociedad, es una cultura, es una vida dedicada al servicio de la estrategia, la amenaza y sobre todo el bleff. Porque eso es lo que trata el Truco, uno de los pocos juegos donde la mentira es arma clave para triunfar. Pero no cualquier mentira: la mentira anclada en las entrañas, en el entrecejo, en la modulación impostada de la voz. Porque eso es el Truco: un despliegue actoral que dejaría a De Niro y Pacino, del tamaño de un poroto.
Jugué toda mi vida al Truco. En especial, en los veranos en La Feliz donde todos jugaban al Truco. Y, de chicos, podíamos ver a las grandes ligas del Truco: nuestros propios viejos.
Con unos amigos, éramos expertos. Ganábamos algún que otro torneo playero, donde los puntos se contaban con piedritas que avanzaban sobre las maderas de la mesa playera, y donde los viejos siempre nos aplastaban. Pues por más que tuviéramos mejor suerte, ya les dije: ellos llevaban el truco más adentro, por más tiempo. Su despliegue actoral era, por lejos, mucho mejor que el nuestro.
En un torneo que disputamos con un amigo, recuerdo, nos tocó enfrentar a la dupla de adultos más difícil del balneario que incluía al padre de mi amigo. Veníamos ganando, teníamos el primer chico de nuestro lado, e inicábamos el segundo cuando uno de los viejos nos corrió con una falta envido. Mi amigo tenía 32 de mano –es decir, un montón-. Acpetamos, y my God, perdimos: uno de ellos nos batió con 33. “No pueden dar con 32”, nos regañó el padre de mi amigo, como si fuera una ley que habíamos transgredido.
Y lo que sucedió de ahí en más es sólo algo que uno aprende jugando al Truco: pero la suerte, volátil, aérea, antojadiza, cambió. Y las cartas que venían favoreciéndonos cambiaron de manos y fueron a parar a los rivales. En pocos minutos nos ganaron ese chico y el siguiente. Y estábamos recogiendo las barajas, ya fuera del torneo.
Porque eso también es Truco: captar que la racha es un viento, y cambia siempre cambia. Y cambia caprichosamente.
Así que todo eso es el Truco y también la argentinidad en su máxima expresión. El Truco es fuente de vocabulario nuevo, de expresiones folklóricas embebidas de barajas. Y eso, por supuesto, no se enseña. Se lo vive. Andá a explicárselo a un japonés.