Asombroso ver cómo Valencia, hasta hace nada, una región próspera, floreciente y pacífica de España, convertida de la noche a la mañana, tormenta mediante, en apocalipsis de autos apilados, pueblos arrasados y el mismo rey embarrado por la furia popular.
Este mundo tan sólido que vivimos a diario es mucho más frágil de lo que pensamos. Y así como, suele decirse, el hombre está a tres comidas de la barbarie –es decir, si le faltan tres comidas seguidas lo tiene todo para volver a la ley de la selva-, también todo lo que vemos allí afuera, pavimentado, señalizado, inteligente, pende de un hilo. Y basta para que irrumpa la irrupción de una tormenta, o un viento con nombre de pila aleatorio, o una ola de esas que aún en Hawai son gigantescas, para que una gran tijera lo corte todo.
Duele decirlo, pero las cosas por aquí están atadas con alambres. Aún en Europa, en lo que se cree es el primer mundo. Pues claro: una inundación como esa que devaste una ciudad de Latinoamérica o de África, para los medios vaya y pase. Pero que suceda en España, parece, de no creer. Pero así es: lo dijimos y lo repetimos, este mundo pende de un hilo.
Y esa fragilidad en lugar de volvernos paranoicos, debería volvernos más conscientes. ¿Conscientes de qué? De que estamos a un paso de la rotura, del desbande, del debacle, del derrumbe, del tsunami, del quebrarnos como galle!ta de agua. Y esa sensación, si la tomamos en posi!vo, podría salvarnos.
Cuando éramos chicos, las proyecciones del desastre climático y las temperaturas extremas, eran escenarios remotos que quedaban para nuestros nietos y algunas mega producciones de Hollywood. Pero, según parece, las proyecciones se quedaban cortísimas. Y el coletazo de todo esto lo vemos hoy, en vivo y en directo. Y la Valencia de hoy puede ser el Londres o Nueva York de mañana. Y la película romántica, peace and love, puede acabar en un abrir y cerrar de ojos, en un corte publicitario, en maratón zombie.
Y si!: el mundo es un si!o más delicado de lo que pensábamos. Arreglémoslo antes de que se le acaben las pilas para siempre.