Poco tiempo atrás, los medios locales dieron a conocer la historia de la pimera mujer argentina en autopercibirse robot. Se llama Rocío Buffolo, es abogada argentina, cantante pero lo principal es que se considera a sí misma una chica robot, tras implantarse un chip en no se sabe dónde.
Ella va a trabajar en traje, como se debe, pero luego, de vuelta en casa, se quita todo y se queda con su traje de robot y así sale de compras y la miran, claro, como si fuera Robocop. Rocío dice que el futuro de la humanidad sólo será posible si, no sólo nos amigamos con la IA y todo lo que ella trae, sino que además, de alguna forma, nos fundimos con ella.
Ella se chipeó el cuerpo y desde entonces se convirtió en vocera de un híbrido de humano y máquina, que tiene como gurú máximo al mismísimo Elon Musk, a quien quiere conocer y a quien adora como un mesías del futuro.
No es raro que, dada las condiciones de la humanidad, cada vez más personas se arrojen en los brazos de la robótica y quieran forma parte de una familia del futuro donde la gente será cada vez más acero inoxidable que carne y hueso. Donde correrá más bytes de información que sangre por las venas. Y un largo etcétera que no puede conjeturar ni siquiera los escritores de ciencia ficción.
Lo que nadie dice y nadie rescata es que, así como hay humanos como Rocío la chica robot, que apuestan a que el futuro es robótico o no es, en verdad, la mayoría olvida que los robots, al menos hoy en día, hacen un esfuerzo enorme por parecer humanos. Quieren ser como nosotros. Nos quieren entender. Quieren elucubrar qué catzo tenemos en mente. Es decir, no nos engañemos: si alguien quiere parecerse a alguien en la actualidad, son los robots a sus creadores.
Es que el misterio del hombre, por más cerca que lo vivamos, sigue teniendo una complejidad divina que no tiene par. Cualquier máquina e inteligencia artificial, debería rendirse ante el milagro de la conciencia humana y todos sus vericuetos, por más que, la mayoría de nosotros, nos comportemos como auténticos idiotas.
La gente olvida que todo en el ser humano es obra de una ingeniería de otro mundo. Ni reuniendo a las mentes más lúcidas del planeta y, por qué no, a toda la IA de punta, podríamos reproducir ni el funcionamiento de un ojo humano.
Entonces, mis amigos, mis amigas, a no desesperarse por imitar a los robots. Más que querer chipearnos a lo pavote, deberíamos pensar, como se dice ahora “fuera de la caja” y realmente apostar a que en el futuro, lo realmente valioso, y prometedor, es comportarnos como seres humanos. Y eso sí, será realmente una verdadera revolución.