Desde hace tiempo, yo era de los que decían que el frío, el verdadero frío, era el de antes. “Antes”, exclamaba a los cuatro vientos, “para ir al colegio, me ponía bufanda, camiseta, chaleco de piel, guantes y mi mamá también me obligaba a llevar un segundo pantalón largo y aún así te morías de frío”. Eso decía yo, y eso que pasé infancia en CABA, cuando nadie le decía CABA. Pero el frío era frío de verdad. Frío que te dolían en las manos, la cara, y que no te daban ganas de hacer nada más que poner el trasero junto a la estufa. Frío que te salía humito por la boca y hasta por la nariz y otros orificios que, mejor, no les cuento.
Eso decía yo, haciéndome el banana, el esquimal porteño. El superado. “Esto de ahora”, repetía, “no es frío. Es un invierno de La Salada. Es una joda. Si con una remera larga ya estás. Yo ni saco la ropa de invierno, la dejo guardada”.
Y entonces, zas invierno 2024 con picadas de sensación térmica bajo cero, sacudones históricos de heladura total. Hielo. Escarcha. Frío por los ojos. Gente que se muere en el sur de tanto frío. Y resulta que todas esas cosas que uno afirmaba poniendo el pecho, ahora tiene que untarse el pecho con pomadita con mentol para curar las heridas, y volver a buscar el chaleco de piel de mamá.
Este frío con aires de revival supera incluso al frío de la infancia. Es más verdadero, más salvaje. Las plantas se cocinan por la helada. El auto no arranca. Las estufas no alcanzan. Y se vive 24/7 con una sensación permanente de sudar hielo y tragar mocos que parecen cubitos. Claro, uno olvida que en definitiva nuestro país está al sur del planeta. Ahí frente a la Antártida, a tiro de los pingüinos y las ballenas, y cada tanto, viene un vientito sureño que todo lo penetra. Ya hasta las manifestaciones en las calles se la piensan dos veces si vale o no la pena salir a protestar y luego estar una semana en cama para recuperarse.
El frío congela. El frío paraliza. No dan ganas de hacer nada. Dan ganas de vivir en la virtualidad, moviendo apenas un dedo que lo digite todo bajo la frazada. Así es, mis amigos, tiempos extremos estos: calor o frío, todo o nada. Donde uno lo que debería hacer, más bien, es callarse la boca y no seguir ponderando que el verdadero frío era el de antes. Nos pasa por fanfarrones.