Ya lo saben: el calor, y su ola a cuestas, arrastra con todo. Sacude cosechas, arrecia en las ciudades, genera picos de consumos eléctricos récord y su consecuente corte de luz, y bate con todos los récords. Subidones históricos, persistencias en el tiempo nunca antes vistas, y un verano que se vive como el más acalorado que hayamos vivido jamás.
Los medios, mientras tanto, cambian las alertas de colores cual banderín en la playa, y cada dos por tres publican notas sobre siempre pero siempre tener agüita a mano. Y sobre todo, cómo detectar si ese malestar que uno siente, ese bajón anímico que uno lo atribuye a las vicisitudes plomizas de un país sin rumbo, no es, en verdad, fruto de una cuestión inequívoca: usted está deshidratado.
La gente, amante de tomar sol, ya poco a poco, descubre que ese sol que lo tuesta y pone tan a punto, con un solo girar de perillas, se transforma en plancha de bife, y no hay cremita que baste. Los rayos solares, más que rayos, son dardos que caen de bien arriba y rompen con todo: pieles, vidrios, ventiladores que, pobres, poco pueden hacer ante la ola de calor más que arrojarnos en la cara más calor.
Y así estamos, mis amigos. Esperamos todo el año el verano con ansiedad laburante, contamos los días que nos separan de esa estación tan querida y marketinera como quien deshoja margaritas, y resulta que el verano ahora, es un enemigo íntimo, un asesino que asecha desde arriba y aguarda paciente a que salgamos de la sombrita para someternos con todo su rigor. Basta con ir a la playa para comprobar que las pieles, antes tostadas a fuego mínimo, labradas con paciencia como un sabio asador, pieles color roble y espíritu carioca, ahora lucen sonrosadas, en toda la gama del rojo, y más que espíritu carioca remiten a la gama de la Pantera Rosa y algún que otro Pokemon.
En fin: ya no hay nada bueno que esperar del calendario y sus estaciones. El próximo año laboral, habrá que buscar nuevas metas, nuevos anzuelos en donde depositar nuestra esperanza de que, al fin, algo bueno llegará. Pues con el verano así como está, no hay pecho que aguante. Se podrá pedir, en todo caso, recortar la periodicidad de los mundiales de fútbol y jugarlos una vez al año, o los juegos olímpicos, o que cada diciembre vengan los Rolling a la Argentina. Así habrá algo en que creer. Algo para esperar, con ansias de laburante. Y no sea, en definitiva, una estrella incandescente que nos fría por completo a toda la humanidad de una buena vez.