Para que el nuevo año cale profundo en los huesos, modifique el alma, haga un by pass auténtico y posta a nuestras metas, antes de llegar nos debería dar un tiempito. Una pausa para pensarlo mejor. En el básquet, los jugadores lo saben muy bien: cuando las cosas se complican, el técnico pide unos minutos. El tiempo que sea necesario. Y entonces, ahí sí: vuelven a jugar, reagrupados, realineados, con el ánimo recuperado, pum para arriba. Todo deporte tiene su pausa su paréntesis. Pero no es así con la vida. Con el calendario que nos rige y empuja a seguir y seguir. Aquí termina el año viejo. Aquí, un minuto después, empieza el nuevo. Entre uno y otro, media un delicado segundo.
Es por esta razón que exigimos al nuevo gobierno que, entre tanto DNU que aplica a diestra y siniestra sobre temas variopintos, sume una semana en el calendario que, por así decirlo, esté fuera del calendario. Siete días –mínimo- de feriado continúo antes que entrar al año siguiente, con los ánimos y la alineación y balanceo a punto. Un descansito que no son vacaciones: son tiempos de reflexión. Horas y más horas inimputables en ningún recuento. Siete días –repetimos, mínimo- para el rascamiento de ombligo tan vital para avizorar lo que se viene y redireccionar el excell del bocho.
Sabemos que, gracias a una pausa así, habrá gente que tal vez se proponga cambiar de trabajo, cambiar de pareja, cambiar de país, cambiar de bondi, cambiar de color de pelo. Y encarar así el año siguiente, con nueva cara, nuevas costumbres, nueva actitud. Listo para que llegue con todo el nuevo calendario y nos aplaste bien aplastados.