Todo se disparó por una travesura de un artista de nombre Luc Loiseaux. Uno más que, entusiasmado con una app de inteligencia artificial, se puso a jugar con viejas fotos de un escritor maldito del cual queda escasísimo registro de imágenes, y zás: obtuvo una foto cautivante y callejera del gran Arthur Rimbaud, de ojos clarísimos y jopo esponjoso, y aún así atrozmente real. Aquella foto que, Loiseaux lanzó a las redes cual botella al mar, fue recogida y replicada con alegría por colegas poetas aquí y allá y en todas partes, ilusos todos de que una nueva era había comenzado, ya está aquí: la de no saber –ya nunca más saber- qué es verdadero y qué no. 

Aquella foto trucada de Rimbaud mereció reenvíos masivos de poetas y literatos reconocidos incluso en Argentina, que celebraron la imagen de Arthurito como quien celebra un viejo gol olvidado. Todos cayeron como pajaritos en el falso homenaje de Loiseaux. Pero hay que reconocerlo: a todos podría pasarnos lo mismo. Pues ya no haya más parámetro humano para sospechar si una foto o video es o no es auténtico.  Lamentablemente, los ojos, el más fiable de los cinco sentidos, en esta época ya no tendrá la última palabra. Tal vez gane protagonismo el olfato, un sentido rezagado y subestimado, para determinar cabalmente dónde hay gato encerrado. 

El ser humano, en un mundo así, deberá afinar la antena interior y volver a confiar en sus corazonadas. Tendrá que esforzarse por bloquear la información que envían sus ojos y oídos como si fuera verdad categórica y exclamar a viva voz: “Esto tiene tufo a IA”. 

Ojo: no es que las IA ya quieran engañarnos y conquistar el mundo, no señor. Eso lo dejarán para más adelante. Somos, como tantas veces, los propios humanos quienes engañamos humanos, como en este caso de Rimbaud, sólo para jorobar un rato y divertirse de que existan seres humanos más estúpidos aún que ellos. 

Quizás, a decir verdad, no sea la IA la que nos gobierne y someta cual esclavito por siempre o, si son más creativos, cual eterna mascota, sino que dadas las nuevas condiciones donde el mundo que contemplamos es cada vez más elucubración digital que evento hecho y derecho, ganen espacio e influencia otros seres vivos que disponen de facilidad instintiva para darse cuenta de cualquier embuste. Y así es cómo las moscas, las ratas y las cucarachas se disputarán en un futuro no muy lejano el destino del planeta tierra. Seres que, basta con que uno ingrese a su ambiente para darse cuenta no sólo que estamos allí sino también prever nuestra elucubración criminal de acabar con ellas. Bien, los engaños de la IA con estos bichos no tienen chance. No way. Ni lo piensen. 

Y así, milenios de aquí en adelante, el mundo será tal vez reinado por moscas. Soberanas del planeta. Intrépidas, veloces y siempre desconfiadas de todo evento: desde una foto trucada de poeta maldito hasta una mano que esconde un impulso asesino. 

En ese orden de cosas, el ser humano será un mero decorado en su reino. Un estorbo. Un insecto torpe alimentado con restos de comida de las propias moscas. Que el pobre humano devorará con apetito glotón y enceguecido mientras la mosca prepara un manotazo que lo quitará, al fin, de su cena generado con IA, por supuesto.