Atrás, muy atrás han quedado los días en donde uno temía que le robaran sus billetes dobladitos y planchados, de múltiples formas. Lejos, en el pasado remoto, quedaron los días de oro del punguista experto que debía deslizar su mano mágicamente en los bolsos del caballero y las carteras de la drama, y sustraer entonces sus billeteras entre algodones. No más los días de gloria de los arrebatadores furtivos que hacían uso de su velocidad atlética, su pique relámpago para en un mismo acto de compleja destreza, hacerse con un bolso a la fuerza y huir a la carrera difuminándose con la multitud.
Hoy los ladrones de la vieja guardia están sin ocupación. Desempleados por así decirlo. Los que antes corrían con carteras, hoy están gordos y ociosos. Los punguistas que antes metían mano como quien no quiere la cosa, ahora están torpes y lentos. Y todo por esta manía de considerar que el billete es cosa del pasado.
Claro, ante el avance de la billetera virtual, los pagos desde el móvil, y el auge de los QR que son la llave mágica del mundo que vivimos, los ladrones con futuro ahora son aquellos que tienen cierta formación en programación, y son duchos en hackeo, algo que exige una seria preparación de años. Antes, como bien dijimos, los ladrones confiaban en su habilidad física innata, ahora, ellos también, deben formarse y adaptarse al mundo que viene. Este mundo que estamos ahora.
Me pregunto si habrá realmente ladrones que se forman en carreras largas y complicadas por el sólo hecho de robar mejor y con más rendimiento. Me pregunto si no será mejor abrir una universidad directamente para ellos, que pueda incluir hasta carreras en ciencias políticas para que los futuros gobernantes puedan también robar con una metodología más acorde a los tiempos que vivimos. Esta universidad gozaría de gran popularidad, y un alto número de inscriptos que, por supuesto, pedirán estar en el anonimato. De hecho, los propios profesores pueden ser hackers, políticos corruptos y demás, que cumplan condenas y que, gracias al dictado de clases sin retribución alguna, puedan ver reducidas sus sentencias. O, al menos, que le saquen las tobilleras eléctricas y tener un radio de acción más acorde con una sensación de libertad.
Auguramos así un próspero porvenir para el mundo del choreo y reducir la brecha generacional que exigen las nuevas tecnologías y el tiempo de estudio para poder robar con éxito en la sociedad del futuro.
Por supuesto, así como habrá universidad para el mundo del hampa, también existirá universidad para los agentes de la policía, que deberán, claro está, ponerse al día pero, como suele suceder, siempre un paso por detrás de los delincuentes. Esto hace a la vida más interesante. Más peligrosa. E inspira más historias en Netflix, en esta loca carrera de la humanidad por ganarse un lugar en el infierno.