La historia es conocida pero no tanto: 150 años atrás dos tipos, Jacob Davis y Levi Strauss, se propusieron hacer algo con el pantalón de lona. Quisieron darle vida, pero también resistencia y onda. Y así concibieron el primer jean Levi’s 501.
Resulta que, en verdad, Strauss quiso vender la prenda para los buscadores de oro, allá en Estados Unidos. Pues con tanta agachada sobre la tierra pedregosa, y luego, si tenían suerte con las pepitas en los bolsillos que se deshilachaban cada dos por tres, entendió que era necesario crear un pantalón duro pero flexible a la vez.
La tela, en verdad, no fue invento de Strauss. Se conocía como “fustán genovés”, pues de allí venía este tejido de alto impacto. La palabra genovés, quedó, francés mediante, en “gene”. Y así acabó en jean.
Jacob David, un sastre, conoció a Strauss, cuando buscaba un nuevo prototipo de pantalón para no tener que remendar infinitamente las prendas de sus clientes. Tenía la idea de hacer costuras con hilos de cobre para dar solidez. Pero escaso de fondos, se asoció con Strauss, que estaba en sintonía con esa propuesta y, como bien lo ha imaginado: zas, concibieron el famoso jean. Y eso ha sido 150 años atrás. El jean saltó de ropa laboral para los buscadores de oro a calzar a generaciones y generaciones que vieron en esa prenda vaya a saber uno qué.
El jean se convirtió en símbolo de rebeldía. Se elastizó. Se hizo rotoso y rockero. Se hizo de colores. Se hizo chupín. Fue, vino, salió y volvió. Y siempre siguió siendo el mismo.
El ser humano cambiará tantas cosas, pero como ya ve: el jean sigue ahí. Sigue aquí encima nuestro, testigo mudo de nuestras andaduras sin rumbo por la vida. Ahora hasta a los bebés le ponen jean. Pues el jean combina hasta con caca de pájaro.
No se sabe bien qué será de este mundo, si sucumbirá a un meteorito, si será conquistada por la inteligencia artificial. No sabemos si los dinosaurios regresarán para devorarnos a todos. O simplemente, Dios decidirá que esto ha sido todo. Lo que estamos convencidos es de que, no importa cómo, ni cuándo, pero cuando llegue ese día, cuando el último hombre con un pie en la extinción absoluta enfrente lo irremediable del destino, sin dudas, llevará puesto el mismo jean gastado, compañero de mil batallas.
Y vaya a saber uno, cuando ya nadie esté aquí, o seamos mucamos de las máquinas, tal vez a los robots también les cope la idea y prueben los jeans con sus robots más jóvenes. Y concluyan que la humanidad ha hecho, al menos, una cosa bien en su breve historia en los confines del universo.