Hace 14 años que no tomo alcohol. No digo que no lo haya extrañado. No ahora, después de todo este tiempo. Me refiero al comienzo, cuando el tirón de la copa de vino en la cena. O la espuma del fernet con coca aún movían instintivamente mi mano.
Para mí, ser abstemio es una cuestión religiosa. Es decir, mi religión no lo permite. Sé que suena anticuado. Pero es la verdad.
Claro, cuando uno deja el alcohol los amigos se alertan: ¿ni un poco, ni una copita? Nada, ni un poco, ni una copita. No way. Los amigos te miran con extrañeza, como si acabaras de anunciarles que vas a dedicarte con seriedad al consumo de paco. Pero después, pasados los años de verte con agüita saborizada en las reuniones, te dejan en paz.
Hasta hace poco, por no decir hasta ahora mismo, se creía que el alcohol en pocas cantidades era bueno para la salud. Que mejoraba la memoria. Que rejuvenecía. Que prolongaba la vida. Que, en fin, cualquier ventaja era buena si empinabas el codo una o dos veces al día. Eso, por supuesto, a nadie convierte en un alcohólico. Y supuestos informes científicos, tal vez sponsoreados por bodegas y cerveceras y demás, avalaban el consumo de escabio. Pero todo esto ha quedado atrás.
Los estudios más recientes señalan que el alcohol genera daños aún a niveles muy bajos de ingesta. El cuerpo, cuando recibe una copa de vino, lo convierte en un químico tóxico que acaba siendo dañino para el ADN –si esto fuera revista científica lo nombraríamos al químico debidamente en este apartado-. Y por si fuera poco, hace lo imposible para que el cuerpo repare el daño. Es decir, te jode doblemente. Además, genera estrés oxidativo que puede impactar en la presión y en enfermedades del corazón.
Entonces, los científicos que cuentan las muertes a rolete a causa del alcohol -140 mil entre 2015 y 2019 sólo en Estados Unidos-, ahora, con las nuevas conclusiones sobre la mesa, deben salir a contradecirse a sí mismos: esa copita de vino, ese porrón que, al parecer, aceitaba con tanta eficacia tus neuronas y te hacía olvidar por unos minutos del quilombo que es tu vida, no sólo no te aceita nada, además te embarulla aún más tu existencia. Fin del debate.
Así que, una sugerencia nomás, qué tal si abrazamos todos juntos la causa del club de los abstemios, y le hacemos un bien a nuestras neuronas, a nuestro adn y por qué no además a nuestro bolsillo. De paso, nos quedará dinero disponible para pagar al psicólogo. Un plan, redondito, ¿no es cierto?