No hay que sacarlas a pasear. No dejan pelos. No tienen piojos. No implican gastos de veterinario. No se castran. Y, lo mejor, no mean y menos aún, lo otro. La mascota virtual es, sin dudas, el animal más práctico del mundo. La primera se lanzó en los ’90: el famosísimo Tamagotchi. Lo concibió una psicopedagoga en Japón y luego fue refinada por un coloso de los videos games. Aquel juguetito incorporaba un rasgo original: si el niño no alimentaba y daba amor a su Tamagotchi, al menos de tanto en tanto, el pobrecito se moría.

Para los niños, el efecto de la muerte de la mascota, en un mundo donde nadie muere –al menos, eso le cuentan los padres- fue toda una revolución. A tal punto que el juguete generó una devoción global: la fábrica Bandai que los produjo ganó 82 millones de dólares a escala planetaria. Y esos huevitos en forma de llavero con un alienígena –pues la mascota, por si no lo recuerda, era un extraterrestre- hoy a más de 20 años de su lanzamiento sigue siendo una pieza de devoción infantil. Sin ir más lejos, fue, según el periódico La Vanguardia, el juguete más pedido por los niños españoles en el Día de Reyes. Y en la Argentina, el original puede salir hasta 45 mil pesos. Y las ventas se sostienen a pesar del tiempo.

Los fabricantes explican el resurgimiento del boom por el éxito de la película Red, donde la protagonista lleva un Tamagotchi a todas partes –de hecho, ella se transforma en su propia mascota: un panda rojo gigante-. Y a pesar de lo básico de sus gráficos, hoy en tiempos donde los juegos son cada vez más realistas y envolventes, esta mascota esbozada en unas pocas líneas digitales sin color ni casi expresiones sigue siendo el regalo soñado.

Será que, desde niños, necesitamos cuidar de algo. O tenemos la sed vital de acariciar una pantalla cada dos minutos, lo cual nos entrena para seguir acariciándola el resto de nuestra vida. Será que, en todo caso, nos gustan las mascotas virtuales porque no ladran, no maúllan, no tienen mal aliento, y en el peor de los escenarios de muerte repentina, es simplemente botón de reseteo y cuenta nueva. Queremos mascotas virtuales del mismo modo que queremos amigos virtuales, amantes virtuales, familias virtuales. Pues, de esa forma, los mantenemos a raya, lejos, para intercambiar lo justo y necesario y cuando se nos da la gana. Y, si todo va mal, siempre está el botón de eliminar, o bloquear, o ignorar y uno puede seguir con su vida que cada año que pasa tiene menos de vida y más de simulador 3D.