Es milagroso cómo, una vez cada cuatro años la gente se pone masivamente religiosa. Ni siquiera el marketing navideño, con regalitos y barbudos que se sumergen en chimeneas, y árboles nevados, logran semejante unión de la humanidad en pos de la fe, la entrega, y aceptación sin chistar de antiguas reglas.

Pero el fútbol todo lo puede. Y en tiempo mundialistas, afloran súbitamente palabras como la fe, la patria, la mística, el alma y demás. Los relatores se ponen pontificadores, y hablan de devoción, de que todos somos una gran familia, y de pronto, lo que parecía desunido for ever, se acerca y se pega con cola.

Nadie se acuerda de grietas ni divisiones, no hay internas ni chicanas. Es una planicie excepcional, una llanura verde donde todos, de golpe y porrazo, son más patrióticos que San Martín, hablan de loor –y hasta lo buscan en el diccionario- y de jurar con gloria morir, y el himno que parecía musiquita de fondo para pasar por alto y pensar en otra cosa, asume un protagonismo insensato, inaudito, penetrante, aplastante. Se canta desde el fondo del pecho, como un eructo nacional.

El mundo se llena de banderas, de álbumes de figuritas, y de un día para el otro, dirime sus asuntos sobre un césped siempre verde en forma rectangular al que sólo 22 privilegiados pueden ingresar y un juez cuyo dictamen cae a plomo. De pronto, decía, la humanidad acepta unas reglas mismas para todos y las aplica con helada severidad. Y si hay unas protestas, se acallan con unos pitidos y unas tarjetas de color amarillo sol o rojo bermellón. Y asunto acabado.

Qué distinto sería este planeta, si fuera acompañado siempre de ritmo mundialista, de fe mundialista, de religión mundialista. Y acepta, en silencio, cómo un país levanta la copa, se lo declara unánimemente mejor que el resto, y fin de la historia. La gente así tendría un propósito claro –introducir balones bajo una red- y sabría que el rival es todo aquel que viste una camiseta diferente. Las cosas serían más sencillas, más definidas, más direccionadas. Se aceptaría que, aquel que no pone garra, puede ser inmediatamente remplazado. Todo en pos del bienestar común y colectivo. Está bueno el mundial. Si durara más tal vez este mundo sería un lugar un poquito mejor donde vivir.