Más que el precio el dólar, la disparada inflacionaria, si Messi o Maradona, lo que nadie sabe a ciencia cierta hoy en día es qué comer. Y sobre todo, si comer o dejar de comer.
Pues el ayuno intermitente se ha vuelto una moda impensadamente popular. Desde que estrellas de la farándula como la siempre joven Jennifer Aniston, una de las Kardashian y el actor Hugh Jackman ventilaron el sistema a los cuatro vientos, el no comer se volvió boom global. El ayuno intermitente propone interrumpir la ingesta por largos períodos con el fin, dicen, de regenerar células madres y así aumentar la longevidad. ¿Para qué comer tanto y todo el tiempo?, se dicen. Si con dos ingestas diarias es más que suficiente.
Pero no está todo dicho. Así como tiempo atrás, se decía que el huevo era fatal y ahora se recomienda el huevo –al menos las claras-, tal vez el ayuno intermitente que ahora se pondera como la receta mágica, en algunos años llegaremos a la conclusión de que no fue una idea tan maravillosa como imaginábamos.
Un estudio de la Universidad de Tennessee sobre 24 mil norteamericanos, concluyó que aquellos que sólo hacían una comida diaria, se les disparaba en los 15 años venideros, el riesgo de muerte en un 30%. Dicen que el resultado no es categórico de que el ayuno incide efectivamente en la muerte prematura pero sí que pueden establecer algunas conclusiones: “Lo mejor es hacer tres comidas diarias, espaciadas y sobre todo no comer rápido”, explicaron los autores.
Entonces, para resumir, ¿resulta que la humanidad prueba un sinfín de abstenciones, yuyos, privaciones, sustitutos del azúcar, carne y huevo, y la mar en coche, y al fin de cuentas, lo mejor es volver a lo que hacíamos antes, tal como nos insistía mamá? ¿Será que en el futuro el hombre desayunará café con leche con medialunas, almorzará bife con papas fritas, cerrará el día con unos fideos a los cuarto quesos regados con Coca Cola, y vivirá 150 años de lo más campante?
Es indudable que, de tan cruzadas las teorías alimenticias sobre lo que hay que comer y lo que no hay que comer –la grasa animal, antes pecado, por lo pronto, está recomendada para ciertas cosas-, sólo nos queda una fórmula posible, un método para salir del embrollo, una hoja de ruta para ver la luz al final del túnel y no padecer los vaivenes de descubrimientos y contra descubrimientos científicos que nos vuelven tan locos. Y ese lema es: comer lo que se nos dé la gana. Y cuando se nos dé la gana. Y entonces sí: felices por siempre.