Estos últimos días uno es testigo de un acelere inusual. Es decir, el mundo ya está acelerado y que las cosas se aceleren provocan esta sensación de vivir con el viento en la cara viendo pasar carteles que no sabemos ni qué dicen. El apresuramiento en dar anuncios –inflación, precios cuidados, cortar cintas, y demás- obedece a que en breve, ya nadie podrá decir nada. No es que no puedan decirlo, hay libertad por supuesto. El tema es que, en breve, a nadie le importará.
El mundial caerá como tormenta, y la gente sólo querrá bañarse en ella. No interesará, por este breve mes, ni la disparada de precios, ni la pobreza que afecta a la mitad de los argentinos, ni si las Paso o no las Paso, o los tantos crímenes que surgen cual burbujas y a los medios les encanta reflotarlos al detalle –si es con cámara de seguridad mejor aún-. El paréntesis mundialista bajará la cortina y monopolizará el interés colectivo. Y se agravará aún más en cada partido de Argentina: el país se detiene de un modo tan abrupto que hasta interrumpe actos cotidianos como el orinar u otras actividades que emergen por otras vías. El fútbol todo lo puede. Y el mundial aún más.
Un partido de Argentina es motivo suficiente para suspender reuniones laborales, para aplazar despidos, contrataciones, divorcios, reconciliaciones, entierros, partos. Imagino que la gente aguardará a morir tras el cierre del partido. Pues saben que si parten con la selección sobre la cancha, nadie les prestará ni cinco de bolilla.
La borrachera monotemática del mundial es evento único, poco estudiado, de profundo impacto neurológico. De pronto, mundial mediante, el mundo es un lugar comprensible, palpable, quizás esperanzador. Donde aún un país endeudado y sin salida como la Argentina, tiene chances repentinas de estar bajo el ojo del mundo y coronarse mejor entre mejores.
No hay movimiento social más contundente y paralizante que el mundial. Las guardias hospitalarias se suspenden. Los aeropuertos se ralentizan. Los barcos no descargan. El cartero se cruza de brazos. El presidente no firma decretos. La policía no detiene criminales. Y los criminales no cometen crimen alguno. La absorción es total.
No existe acto que detone semejante aluvión químico en el mente humana y depare un momento planetario de enfoque futbolero. Entonces es pertinente preguntarse: ¿habrá que aprovechar el momento para hacer algo nuevo? ¿Se podrá, capitalizando la concentración universal sobre un mismo evento, transmitir un mensaje subliminal de paz y amor y jardines en flor? No es mala idea. Hay que aprovechar cada momento en la vida para inyectarle un subidón anímico y esperanzador a la humanidad que cree que la vida es una pelota y el cotidiano es pelotazo a la tribuna.
Que Dios nos ayude. Y Messi también.