Tiempo atrás, cuando éramos jóvenes el plástico era neutro. No teníamos problemas con él. y él no tenía problemas con nosotros. Aún recuerdo el olor del plástico recién estrenado de los muñecos articulados de He Man. Era olor a paraíso. Luego nos enteramos que las mujeres que ponían plásticos en las lolas. Y más tarde aún nos enteramos que el plástico estaba hecho con petróleo. Y así el plástico que formó parte de nuestras vidas para bien, de a poco, empezó a formar parte de nuestras vidas para mal: islas de plásticos, playas cubiertas de plásticos, animales envueltos en plásticos, y la flora y fauna amenazada por toneladas de nuestra basura plásticas. De hecho, este año analizaron la sangre de voluntarios en distintos países y descubrieron la presencia de micro plásticos en el torrente sanguíneo del ser humano. 

Respiramos plástico. Y lo llevamos dentro.

Tal vez, eso explique muchas cosas. Nuestra falta de empatía. Nuestros bloqueos. Nuestro déficit de elasticidad. En otras palabras poco a poco el ser humano se convierte más en muñeco articulado y menos en humano. 

Tenemos tanto plástico aquí allá y en todas partes que no sabemos qué hacer con él. Cómo quitarnos de encima tantas generaciones de vivir codo a codo con el mundo plástico, generando plástico –pues siempre fue más económico y duradero-, con modelos de plásticos y presidentes de plástico. Si al menos, en lugar de plástico fueran de plastilina habría esperanza para el cambio pero no: el plástico es así: y si no te gusta, se quiebra. Pero extinguirse, jamás.

Así que habrá que acostumbrarse a respirar plástico, y a que nuestro corazón lata un torrente sanguíneo cada vez más de muñeca Barbie que la sangre que calentaba y motorizaba a nuestros ancestros. Que Dios nos ayude a reciclarnos y volver a ser carne y hueso, humanos al fin.