Años atrás, a cambio de un trabajo un amigo apicultor me obsequió una colmena de abejas. Es decir, el famoso cajón de madera con planchas donde ellas recolectan la miel. Lo coloqué en el patio delantero de casa y las ví, entre absorto y con algo de miedito, ir y venir trayendo morfi desde la ventana de mi habitación.

Cada dos por tres, llevaba hasta allí a uno de mis hijos, nos poníamos de cuclicllas y les decía: “Mirá cómo llegan con las patas cargadas de polen. ¿No es fantástico?” “¿Y cómo saben el camino de vuelta?” me preguntaban ellos. “Ellas lo saben. Ellas saben mucho”, les decía pues además de la colmena me había puesto a leer los clásicos de la apicultura y me había fascinando con su comportamiento ancestral e inteligentísimo.

Una pena. No duró mucho mi colmena. Simplemente, menguó el tránsito y a pesar de que no ví abejas muertas, de un día para el otro descubrí que mi colmena estaba perdida.”Le entró un bichito que las mata y salen y no vuelven. Mueren en el camino”, me explicó mi amigo apicultor.

Y ahí se terminó mi relación laboral con las abejas. Y eso que las había curado de enfermedades al momento de instalarlas. Pero bué.

El asunto es que, varios estudios acaban de determinar que las abejas están cada año más estresadas producto del cambio climático. Aunque llamarlo cambio sería neutral, hay que llamarlo mejor aún, deterioro climático. Un grupo de científicos británicos publicó las conclusiones de su estudio en el Journal Of Animal Ecology donde comparaban especímenes de abejas de museo que vivieron en el 1900 con las actuales. Y descubrieron cambios en las alas, más que cambios ciertas asimetrías que no son otra cosa que producto del estrés. Cuanto más temperatura anual y más lluvia, las alas se volvían más y más diferentes entre sí. Además de esa comprobación analizaron el genoma de abejas de 130 años con las actuales para ver cómo se adaptaron a los cambios climáticos y en qué momentos han sido mayormente afectadas.

Pero así son las cosas: no sólo el ser humano está sobresaltado. Las abejas, todas ellas sufren de estrés. Y no hay nadie más a quien echarle la culpa que a nosotros mismos. Tal vez la próxima vez, en lugar de colmena, le diré a mi amigo que me obsequie un spa de abejas. Tal vez así, sobrevivan de una buena vez al estrés nuestro de cada día.