Es el 123° aniversario de su nacimiento y, en razón de esto, se estrena esta semana la segunda edición de su festival. Es, sin dudas, nuestro Gardel literario. El hombre que, al igual que el Diego, puso a la Argentina en la mirada del mundo. Por supuesto, hablamos de Borges, de quién otro. El escritor que tenía el don para narrarlo todo, en especial, lo inenarrable. Y es tan vasto, tan profundo, y tan universal que el festival en cuestión que estrena esta semana, y tiene invitados de lujo, abordará incluso el vínculo de Borges con la memoria y con la física cuántica. Las actividades son gratis y uno se apunta aquí: https://www.festivalborges.com.ar/. La primera edición lo siguieron 38 mil personas desde 60 naciones. Esta, esperan, aún más.

Borges, es marmóreo, es ya un bronce, incluso en vida lo era. Escribió para la posteridad. Escribió, a pesar el uso de ciertos recursos arrabaleros, para que la humedad del tiempo no le eche su pátina de sombra. Borges es siempre nuevo. Se lo lee como la primera vez. Se adivinan rincones que uno, en la primera lectura, no entrevió. Borges es infinito. Eterno. Como el gol del Diego ante los ingleses. Como “Mi Buenos Aires querido”. Como el asado de tira. No hay con qué diluirlo. No hay cómo aburrirse de él. No pasa. No pesa. No se vence. Es así: en su ceguera, Borges vio. Y nosotros seguimos aquí con los ojos abiertos pensando que vemos el mundo. Ciegos en nuestro mirar. A Dios gracias, Borges nos devuelve la mirada. Nos sirve de lazarillo. Nos da sus ojos para que contemplemos el milagro de lo minúsculo. El fulgor de nuestra aventura patria. Murió lejos. Y allí están sus huesos. Pero aquí está su corazón.