A la larga cadena de la crisis vernácula, impredecible, siempre creciente, potenciada y multiplicada cual viruela del mono, se sumó un engranaje crítico que encendería olas de alarmas en el inconsciente colectivo argentino. Fue un anuncio que, entre otros anuncios que, en este país tienen siempre el tinte negro del acabose, pudo pasar de largo. Pero que tendrá, sin dudas, una gravedad profunda, lacerante, difícil de medir en datos.

Bueno, basta de introito, lo diremos así, brutalmente, esperando que usted comprenda y se tome un respiro luego de leerlo, aunque le recomendamos que, por su bien, tome asiento y encuentre un lugar estable de donde agarrarse pues el anuncio puede provocar un cimbronazo psíquico capaz de liquidarlo en el acto. Lo diremos, decíamos, sin mediar más palabras, sin hacérsela larga bah, porque estamos hartos de la gente que estira las cosas y no dice lo que hay que decir rápidamente. Estamos cansados de gente que llena espacios en los medios sin apuntar al punto verdadero. A lo que es necesario saber. Creemos que gente así, que distrae en lugar de contar lo importante, debería ser bloqueada y excomulgada de todo espacio mediático. Removerla de redes sociales y, en fin, hacérsela difícil. No hay tiempo que perder. Y cuando el país necesita realmente comunicar las cosas importantes con urgencia, es tarea de todo periodista hacérselas saber a la gente con premura. Sin distracciones. Palo y a la bolsa. Al grano. Apretarlo ante los ojos del lector y que reviente y ya. 

Entonces, claro está, hay que decirlo ya mismo. Porque el tiempo de lectura es cada vez más breve y fugaz. Así como la capacidad de concentración del lector que, pobrecito él, no da para más con tanto impacto visual y lectura fragmentada. No vamos a venir nosotros ahora a ahondar su mal y su pesar poniéndonos sueltos de palabras. Y vomitando un discurso que sólo se propone demorar el dato verdadero, lo decisivo que debemos mencionar aquí mismo. Porque es nuestro deber como reporteros. Lo primero es la noticia. Es el dato. La información pura. Todo lo demás, se lo lleva el viento. 

Entonces, decíamos, para concluir, vamos a decirlo pues la crisis lo amerita. Hay que estar a la altura del desafío, el incendio que vive el país, informando minuto a minuto. Con primicias. Datos chequeados como este que compartiremos aquí, si la cámara nos acompaña. 

En el tren descarrilado que se convirtió la Argentina, con el dólar embravecido, se suma ahora una cadena de bienes que no se pueden importar. Materias primas claves para la elaboración de ciertos productos de primera necesidad. Y entre estos, el más de lo más,  que provocará el descalabro y el empuje al abismo, sin dudas, un bien básico, primordial y patrio es el siguiente: nos faltan tripas. Así es. Se acaban o se están por acabar. O ya se acabaron hace unos días. El que tiene, las atesora como oro en polvo. Y si le preguntan, dice que no tiene, aunque todo el mundo sabe que las esconde en alguna parte. La cosa es que, sin tripas, la industria del chacinado está en llamas. No puede embutir salames ni salchichas –además, faltan clips para cerrar embutidos y jamones-. Por ende, sin salame ni jamón de la picada, miles de reuniones sociales y encuentros entre amigos se suspenden hasta nuevo aviso. Los amigos se alejan. Los vínculos, sin tablita de fiambre de por medio, se enfrían. El país volverá lentamente al aislamiento social. Pues una reunión de amigos solamente con queso cortado en cubitos, es como construir un edificio solamente con agua y cal. Tarde o temprano, esa reunión al igual que el edificio se desmoronará. Así como Bonnie necesitó a Clyde, como Lennon a McCartney, y French a Berutti, el queso, en el amplio predio de la tabla de fiambres, se siente solo, vacío, pálido. Y los amigos también. 

Por esta razón: rezamos para que la importación vuelva a la normalidad. Las materias primas vengan fronteras adentro, y así todo ese picadillo de carne de cuarta pudriéndose vaya a saber uno dónde, vuelva a encontrar el embutido importado que lo abrace con abrazo de madre, le dé cobijo y hogar decente, y vuelva a formar parte de la mesa de todos los argentinos. De lo contrario, las cosas sí, se pondrán verdaderamente feas.