Jamás habrá pensado aquel marino que se tatuó el primer ancla en el bíceps, o aquel nativo que se llenó de tinta la piel para bautizarse como guerrero que el mundo del tatuaje tendría un futuro prometedor. Y no hablamos aquí de la moda del tatuaje de ahora, donde hasta las ancianas tienen el suyo. 

El tatuaje es un universo en ciernes del mundo de la biotecnología. De hecho, ya están los primeros tatuajes inteligentes que permiten monitoreos médicos sin que no asista a laboratorio alguno. Utilizan sensores en la propia tinta y el modelo llamó la atención al propio Bill Gates quien, en otro vaticinio del futuro, auguró que su empresa iniciaría el primer modelo de teléfono móvil tatuado de la historia. 

Y así, poco a poco, gota a gota, el ser humano se irá haciendo cada día más cyborg y menos humano. Más interconectado con todo y más desconectado de sí mismo. El móvil tan querido, tan inseparable, será en breve verdaderamente inesperable pues lo llevaremos, piel adentro. 

La vida corre tan rápido que ya los guionistas de películas futurísticas tienen un dolor de cabeza en pensar un modelo de futuro que no sea alcanzado por la propia realidad.  

En breve, quizás, no sólo tendremos móvil, tendremos internet en el cerebro, google maps en los ojos, nutricionistas  velando por nuestro sistema digestivo, y así. Nuestro cuerpo y nuestro pensamientos dejarán de ser nuestros y pasarán a ser parte de una gran nube compartida. Tal vez, vaya a saberse, exista una policía de la conciencia que elimine nuestros deseos criminales, nuestros bajos instintos, nuestra sed cotidiana de joderlo todo. El alcance de la biotecnología es ilimitado. Y pensar que todo empezó, allá lejos y hace tiempo, con un simple tatuaje de un ancla y un marino aburrido de tanto mar.