El ser humano es un bicho extremadamente frágil. Súbale unos dígitos la temperatura durante un par de días y enloquecerá. Primero, sentirá la pesadumbre propia del calor sofocante. Luego, la pesadilla de trasladar un cuerpo que se resiste y tironea hacia el sillón. Por último, el descubrimiento que revela una vida sin pileta, rodeada de asfalto, bondis, bocinas y transporte en subte que equivale a ser tragado por el mismo infierno.

La ola de calor dejó la sección policiales plagada de hechos alarmantes: niños ultimados por sus padres, golpizas a abuelos, homicidios irrisorios por cualquier minúscula molestia. 

Acalorado, y viendo perder líquidos por los poros, el ser humano es capaz de cualquier cosa. Dicen que al hombre lo separan tres comidas de la barbarie –es decir, quítele dos almuerzos y una cena, y tendrá a un felino desatado-. Aunque, visto y considerando los resultados del último calorete, al hombre le basta con un poco de sudor para convertirse en un cabrón al borde del crimen. 

Que Dios haga que los aires y ventiladores funcionen debidamente, y los cortes de luz sean cada vez más breves, de ese modo la humanidad seguirá siendo medianamente humana y podrá seguir enviando wapp, tolerando el pisotón, y perdonando a la pobre polilla que se inmiscuye en el dormitorio. Así como existe un pronóstico del tiempo, debería existir un pronóstico del ánimo. Digo: sólo para salir preparado a la calle.