La noticia anunciaba con bombos y platillos que científicos de la universidad de Georgia lograron concebir –en laboratorio claro- los primeros espermatozoides a partir de células madre. No lo hicieron, por ahora, con humanos, pero sí con primates, algo que suele ser siempre la antesala a la aplicación en personas.
Tal vez si usted tiene hijos ni esté enterado, pero la infertilidad masculina es preocupantes –entre el 40 y 50% de las parejas que no puede concebir es por problemas del hombre-. Si esto le agregamos que una de cada cuatro parejas no puede tener hijos naturalmente, los números se ponen bravos.
Lo adjudican, claro, al estrés, a la vida tóxica, al piquete, a mucho Netflix y poco trote, al culo aplastado y reventado tras sesiones agotadoras de teletrabajo. Parece que, en un contexto así, la cocina testículos adentro, no está en condiciones de tener sus productos a punto.
Es por eso que el mundo vio con ojos esperanzados cómo estos científicos de Georgia descubrían una forma de crear los espermatozoides sin necesidad, por así decirlo, de pito alguno que lo emita en medio de un trance de loca alegría.
Es asombroso cómo el mundo avanza tanto que cada vez necesita cada vez menos de nosotros. Ya ni siquiera el hombre es necesario para procrear. Ni para construir casas. Ni para escribir artículos como este. Ni para jugar al ajedrez. Ni para conducir un coche. Si hay algo prescindible en este mundo es el hombre. La inteligencia artificial, nos lo hace saber a diario.
Allá lejos y hace tiempo quedó aquella partida donde el gran Gary Kasparov era derrotado por una máquina de IBM, enorme y colosal. Hoy cualquier móvil puede acaban en pocos movimientos con el campeón mundial. Y un teléfono encierra tanta tecnología como la que existía en Estados Unidos en los años ’70.
En mundo así, no hacen falta ni hombres, ni ajedrecistas, ni pitos. Este planeta se las puede arreglar muy bien solo. Y, por lo que parece, está esperando ansiosamente el día en que eso suceda.