De todas las lecciones humanas que se conjeturan ahora sobre la pandemia, creemos que la más evidente, después de tanto costo económico, laboral y humano es: nunca pero nunca muerdas un murciélago.

Fuera de bromas: tal vez la lección más importante de todo el embrollo global como nunca hubo en la historia del planeta es, al fin, darnos cuenta que somos una bolita pequeña en medio de una inmensa noche oscura del espacio. Y, por otro lado, tenemos realmente una chance única de barajar y dar nuevo. La oportunidad de crecer en lugar de sucumbir a nuestra propia idiotez.

Una vez escuché que hay en circulación de dólares tanto dinero para comprar cinco veces todo lo que hay en el planeta Tierra. ¿No es asombroso? Todo lo que existe y cinco veces. 

Hay algo mal en un esquema donde la disparidad sea tan evidente. Será, quizás, por eso que el magnate Elon Musk insista con hacer las maletas e irse a vivir a Marte. 

Esta idea plantada en goteo de que ya no hay nada nuevo bajo el sol, no hay mucho más por inventar en este planeta, fogonea un pesimismo atómico. Bajemos los brazos, total, no hay que hacer. Ya todo ha sido inventado en este planeta. 

No, señor. No señora. No señorito. No señorita. El ser humano es una clase muy rara y resistente de bicho: encontrará la forma para reinventarse, como siempre lo hizo. El apriete de la pandemia no es otra cosa que la posibilidad de ser alguien nuevo. De aspirar a un replanteo radical de lo que busca, lo que quiere, lo que se propone, y sobre todo, a qué costo.

Somos un bicho raro y peor aún somos un bicho plaga. Que, al fin, la plaga sea de beneficio para el planeta. Y no tenga que venir un murciélago a acabar con nosotros.