Visto y considerando lo bien que salió el inesperado cambio de último momento –estoy hablando de fútbol, perdón que no avisé antes-, donde River, con la mayoría de los jugadores tomados por el corona, debió salir a la cancha con un jugador menos, y el arquero reemplazado por el volante Enzo Pérez, es necesario preguntarse aquí antes de que el hallazgo pase a la historia y sea barrido por la lavandina de la desmemoria: ¿por qué, ya que funcionó tan bien, no probar enroques en otros ámbitos? Nadie hubiese apostado a que Pérez se iba a convertir en estrella del partido siendo arquero.

Entonces, digo yo, ¿por qué no reemplazamos a comisarios por doña Rosa, al presidente por el barrendero y al ministro de economía por el panadero de la vuelta de casa? Un poco de aire fresco. Un barajar y dar de nuevo. Porque tal vez, si el mundo se viene a pique es simplemente porque no lo estamos agitando bien de tanto en tanto, como esos remedios líquidos que hay que sacudir antes de beber. Tal vez, lo mejor de nuestra sociedad está al fondo del frasco y no paramos de tragar y tragar lo diluido de la superficie. Por eso tiene el mismo sabor y tan poca eficiencia.

La historia, como dice el refrán, siempre la escriben los que ganan. ¿Por qué no, a partir de ahora, que la escriba un don nadie, un peón, un cuatro de copas? A sacudir un poco los huesos. A dar vuelta de página y empezar a usar papel maché con brillantina. 

Es hora de que le demos un poco de curso a las infinitas posibilidades del enroque y el cambio de roles, total, perdido por perdido, tal vez alguno, como el querido Enzo, la emboquemos y nos saque de alguna vez, de este bodrio.