Si alguien tuvo tantas vidas y muertes como Charly o Maradona, ese, sin dudas, es el ex campeón Mike Tyson. Se recuperó de todo. De ser campeón histórico e imbatible. De ser adicto al sexo. Al alcohol. A las drogas. De ganar millones y gastarlos en una noche. De ir, acusado de abuso, a prisión. De perder todos los títulos y recuperarlos. Fue actor cómico. Conductor de entretenimientos. Fue invitado estelar de Marcelo y bailó no tan mal. 

En el 2020, volvió al ring, y dio exhibiciones de que su talento, a pesar de los años encima, sigue intacto –decían que su cuello era del diámetro de la cintura de Claudia Schiffer, y una pegada suya era como que te atropellara un auto a no me acuerdo cuándo-. Hoy, convertido en estrella pop retro, tiene emprendimiento millonario de cannabis. Publicó su autobiografía donde da cuenta de una vida de montaña rusa y algún que otro carrito descarrilado.

Si algo creímos inamovible los que crecimos en los ’90, más que tradición navideña y semana santa, era a Mike. Sus peleas eran un rito de demolición que se repetía, con suerte, dos veces al año. Nos quedábamos hasta tardísimos sólo para ver cómo, en cuestión de minutos, Mike derrumbaba a tipos que de sólo verlos te daba ganas de hacer pipí. Parecía un león, un tren bala, una caja de dinamita. Hasta que una noche de esas tardísimo, cuando esperábamos que el rito se repitiera con puntualidad asesina, un don nadie llamado Buster Douglas, en el round 10 lo noqueó y le voló todos sus títulos para siempre. Ver a Mike en la lona fue una de las experiencias televisivas más fuertes de mi generación. Había que esperar la repetición para que el cerebro pudiera procesar lo imposible: el león había caído, la dinamita se había acabado. “El día antes de la pelea tuve dos sirvientas al mismo tiempo. Y luego dos chicas más, una a la vez, la noche antes de la pelea“ , así narró en sus memorias cómo se preparó para su combate más triste de su carrera en Japón. Más que entrenar, penetraba todo lo que tenía por delante.

Pero esos días quedaron atrás. Hoy dice que su personalidad de adicto, la neutraliza fumando cannabis. “Me da energía positiva”, jura Mike y ríe su risa que, en los 90, nadie vio jamás. Hoy Tyson ríe, y se toma la vida con calma. Es más rastafari buena onda que destructor de mandíbulas. Más animador que rompedor de huesos. Es la estampa aún bien puesta de un tiempo que pasó, donde hasta los imbatibles, de puro confiados, besaron la lona.