No es para ponerse retros, pero hoy en día vivimos un avance imparable de peterpanía en sangre que lo afecta todo. ¿De qué se trata esto? Del síndrome de la eterna juventud, o, para decirlo más duramente, de vejetes que se niegan a reconocer que el tiempo ha pasado. 

No está mal mantenerse en forma, cuidar la figura, las neuronas, retrasar arrugas y canas. Es parte del amor propio. Pero cada dos por tres, nos bombardean los medios con señales de que el mundo, en especial la Argentina, tiene un alto índice de Peter Pan que quieren vivir como si tuvieran eternos 20. Si no, fíjense al siempre aventurero Fernando Burlando. Cuando lo entrevisté más de diez años atrás, me contaba con fervor cómo se tiraba de un acantilado en sus últimas vacaciones, ante la mirada atónita de hijos y esposa. “Ya no tengo edad para tirarme”, se dijo. Pero igual se tiró. Esta semana, llegaron las noticias de que se cayó del caballo mientras jugaba al polo y cayó tan mal que no se sabe qué será de él. 

Burlando es influencer de una camada en alza: gente que busca frezar no sólo el cuerpo, también sus hobbies. Ahí tiene a Guillermo Andino que colecciona muñequitos. Grandotes ya abuelos transformados en gamers. ¿No se les estará yendo la mano señores? Los chicos están ahí afuera en fila, esperando que les dejen un poco de espacio y los peterpaneros se resisten en dejar la Play a las nuevas camadas por venir. Se aferran al sillón. No quieren aceptar que les llegó el otoño, y se pegan las hojas con Voligoma. 

Por eso, recomendamos, sugerimos, rogamos, si esta sociedad pretende salir adelante, necesita menos Peter Pan y más Papá Pitufo. Gente que haga honor a las canas, que honre las arrugas, y el bastón. Que nos muestre que, al fin, hay alguien que habla con la voz de la experiencia. No queremos más niños sin edad. Maduren, muchachos. Abajo del caballo, por favor. Si un niño se cae, se levanta en seguida. Pero si un abuelito se cae, compromete un equipo numeroso de médicos y enfermeros, con lo mucho que los necesitamos en esta pandemia.

Paremos la mano. Este mundo se parece cada vez más a un jardín de infantes. Y menos a un mundo de adultos. Que Papá Pitufo nos ayude a todos a salir de este embrollo.