Las modas entran y salen, todo el mundo lo sabe. Disponen arbitrariamente la vigencia del amarillo y el desplazamiento del rojo. El boom del deck sobre el ladrillo. La montaña sobre la playa. El trikini sobre la malla enteriza. El trap sobre el cuarteto. Y así.

Lo que nadie imaginó jamás es que un día, imprevistamente, lo que podría pasar de moda sería todo este planeta. Nosotros incluidos.

Esa parece ser la señal del hombre del momento, el más rico del planeta, el dueño de Tesla y un sinfín de emprendimientos de comunicación e inteligencia artificial: Elon Musk. No sólo ha insistido públicamente en su interés por conquistar y poblar Marte, además ha vendido buena parte de sus mansiones porque quiere “andar liviano”. Es decir, entre líneas, podemos deducir que este planeta ya no le interesa más. Está acabado. Finito. Sanseacabó. Pasó de moda. 

Musk, sin querer queriendo, abrió la puerta para que otros millonarios piensen igual: ya no se ocuparán del cambio climático, o detener la pobreza, no se ocuparán de apoyar nuevas investigaciones en el universo de la infectología. Sólo pensarán en cómo encontrar el modo más rápido y eficaz de rajarse de aquí.

Soñarán con el día en que observarán todo esto desde Marte y parecemos los terrícolas, como un mal sueño. Una familia pesada a la cual hubo que quitarse de encima. 

Que no canten victoria. Tarde o temprano, los iremos a buscar. Llegaremos, con la lengua afuera, en cohetes destartalados comprados en La Salada. Con nafta que todo lo contamina. Pero allí estaremos nuevamente, vecinos inseparables, llevando parlantes con cumbia a todo trapo, papelitos de caramelos y botellas de cerveza. Hasta que el día en que Marte, también pasará de moda. Y la humanidad volverá a hacer las maletas y dar vuelta de página, siempre dispuesta a llevar su pesadilla a todo el cosmos.