Que es el evento astronómico del siglo. Que baja la temperatura hasta diez grados. Que somos 0,77 kilos más livianos. Que nos situamos 44 milímetros más cerca del sol. Y qué se yo qué más. El asunto es que el eclipse solar de esta semana dejó una estela de crónicas tuti fruti en los medios, debates entre expertos y no tanto, y un sinfín de posteos que fueron desde el autoayudismo en sangre del “aprovechá el eclipse para amigarte con tu sombra”, hasta el anuncio del acabose que, por lo visto, viene un poco atrasado. 

Hubo, por supuesto, tendal de fotitos en red de soles oscuros como monedas negras y gente que se tomaba la semana a viajar a un lugar donde el eclipse se viera en todo su opaco esplendor. 

Es cierto que la gente ya está cansada de leer sobre cómo el covid, pudo acabar con la vida humana. Es necesario, al menos, un poquito de sacudón temático y en lugar de mirar algo tan inocuo como un virus, observemos una alineación planetaria que, como una danza, entra en perfecta sintonía fina y, de pronto, en pleno día, hace la noche.

Pero, bueno, muchachos y muchachas, no es para tanto. La vida continúa. Un poquito de pausa nocturna de tarde, no le hace mal a nadie. Relájense. No se para el mundo. No todo en la vida tiene por qué ser visto con titular catástrofe y tonito Nostradamus. Aflojemos el tren.

Ya está, el eclipse pasó. Su vida no cambió en absoluto. Se sintió liviano y nocturno, y luego resulta que todo siguió igual. Y otra vez, como la amargura tras las elecciones o el mundial perdido y sin la vuelta sin copa, uno siente que, cada vez que pone la expectativa afuera, la vida tiene sabor a mate frío. Sorba todo lo que quiera de esa bombilla, pero el sabor a yerba ya se ha ido hace tiempo. 

No espere más que la montaña rusa de noticias le traigan un cambio o una revolución en su vida. Ni el eclipse. Ni nada. Todo pasa de costado cual thriller de Hollywood: los trailers están buenísimos, pero luego, las películas son cartón pintado. 

Genere su propio eclipse. Su propio mundial. Haga de su vida su propio titular rimbombante. Y no salga a esperar que el cielo, ni la luna ni sintonía perfecta de los astros, lo rescaten de su propia idiotez.