Aún peor escenario que la postergación de la vacuna contra el covid, es esta sensación vacía, urgente y apesadumbrada de que, vaya uno a saber, pero tal vez de este sacudón no hemos aprendido nada. 

Y qué tal si, tras el aterrizaje de la cura la humanidad, toda, cansada de tanto encierro, sale cual suelta de toros a devorar lo poco que queda de este planeta a dentelladas, sin dejar a su paso ni un huesito, ni una miga.

Una generación de niños de ojos saltones, producto de tanta exposición a tablets y celus, que le importa tres catzos todo. Y a duras penas puede prestar cinco minutos de atención. 

Qué desesperación si tanto encierro y tanto ir para adentro, sólo sirve para consumir más pastillas y duplicar sesiones con el psicólogo.

Horizonte tremebundo, desesperanzado y robotizado este, donde la salida ya no es el Primer Mundo: la salida, ahora, es rajar a Marte. 

Cada vez más expertos sensatos e inteligentes –el último es Noam Chomsky-, predicen la extinción de la humanidad si no toma rápidamente las decisiones correctas para detener el acabose. 

Si la cuarentena potenciada no se impregna en el inconsciente colectivo e indica lo inevitable del volantazo antes del choque global, estamos fritos.

Uno se resiste a creer que, de tanta reclusión obligada, no salga moraleja alguna. No haya parábola para contar a nuestros hijos: “La humanidad se iba por la canaleta, hasta que llegó una enfermedad rarísima que la obligó a tomar conciencia, y gracias a eso, hoy vivimos en paz y armonía”. Tal vez, en todo caso, una madre en Marte leerá antes de dormir, esta historia a sus hijos: “Había un lugar muy bello allá en el cielo, donde el hombre y la mujer y vivían en paz. Hasta que un día, mordieron algo indebido. Hubo un castigo. Y es así cómo terminamos desterrados aquí, niñito de mi corazón”. Y la parábola descendente de nuestra lenta perdición, volverá a empezar.