Crónicas + Desinformadas

Borges Jorge Luis, qué bueno que era. Sus libros, todos clásicos. Sus palabras, todas memorables. Sus ocurrencias, trascienden tiempo y espacio. ¿Quién no quiere tener aunque sea una sola de sus ideas? ¿Una sola de sus metáforas? ¿Sus máximas? ¿Sus mínimas? ¿Una punta de sus canas? ¿El tizne de barniz de su bastón? Pero, la verdad de la milanesa indica que Borges no es contagioso. Y citarlo suele tener resultados impensados. Y la mayoría de las veces, adversos.

No hay nada que le dé más temor a este mundo de calzón quitado, de bombacha al viento, y delivery pop sexual, que el recato. No vayan a hablar de pudor porque medio planeta dirá que uno es retrógrado. Un dinosaurio. Una pieza de museo destinada al polvo y al olvido.

No le llega al bandido. No le toca al loquito. Y no se mete con el corrupto. No le llega al ladrón ni al asesino. No le llega ni al vicioso. Ni al lumpen. A todos eso, los pasa por alto.

Los psicólogos, los periodistas, los expertos en nuevas tecnologías aún se preguntan si está buena o no ésta época, si hace bien o nos pega para atrás, pero los dueños de albergues transitorios están chochos. Dadas las últimas apps para conseguir sexo rápido y sin la burocracia del enamoramiento, todo el mundo coincide: en esta época se coge mucho.

La vida es como un Pokemon Go: invertimos tiempo en cazar cosas que no sirven para nada. Vivimos en un mundo paralelo al que llamamos realidad. Y los líderes –o, parafraseando el juego, los dueños del gimnasio- son, de todos nosotros, los más peleles de la manada.

El argentino será muchas cosas que lo hacen único. Muchas cosas contradictorias, tumultuosas, espumantes. Pero hay una cosa, sobre tanta cosa, que lo hace un ser completo made in Argentina. Y esa cosa sobre tanta cosa, es ser jodón.

Belgrano habrá creado la bandera. Y San Martín liberó esta patria y unas cuantas más del yugo de España. Sarmiento será el padre de la escuela y Mitre seguramente hizo cosas brillantes que usted y yo conocemos muy bien como para detallar acá. Pero nadie como este referente patriótico, este líder de manada que luchó contra el apetito cruel del hombre de tragarlo todo. Este emblema nacional resistió para persistir.

Se lo puede ver adonde quiera que vaya en la ciudad. Primero si mira en la línea recta, verá un adulto apesadumbrado. Súbitamente sacado de sus cabales, de su centro de adultez y su peso específico de hombre responsable y de trabajo. Luego, si tuerce la mirada hacia abajo, allí verá el problema: un niño. Un niño suelto y con ganas de gozar la vida en todo su potencial en día hábil y en horario de trabajo, momentos donde ningún adulto tiene ganas de vivir la vida en todo su potencial y menos en horario laboral. Un niño, sin ir más lejos, de vacaciones.

En medio de la fanfarria militar por los actos del Bicentenario, y en el aluvión de tanta doble escarapela patriótica en la semana del 9 de julio, ningún medio recordó que, justamente en esta fecha moría, cinco años atrás el gran Facundo Cabral. Una pena: porque nadie como Cabral nos enseñó a independizarnos de este mundo donde no suelen darse muchas “rotas cadenas” ni hay trono para la “noble igualdad”.

Entre músicos, la posición del disc jockey nunca estuvo muy bien vista que digamos. Mezcla difusa de programador de radio y músico frustrado, el DJ jamás gozó de calidad de músico entre sus pares. Pero por obra y gracia de la misericordia divina, siempre acostumbraron llevarse a las mejores chicas.