Crónicas + Desinformadas

Esta semana, religiosamente y por más que el peso caiga, el cambio climático provoque desastres y la mar en coche, los Martín Fierro se celebraron a todo color. Y la alfombra roja sigue tan roja como tuco de la abuela. 

Uno asocia los países nórdicos europeos a que viven mejor, que son ordenados, armónicos, y tienen sistemas de gobiernos tan eficientes que ni se molestan por recordar el nombre de su presidente, sin embargo, no se sabe si por cuestiones climáticas o qué, estos mismos países nórdicos tan prolijitos también figuran entre los que más gente se quita la vida. Pero a pesar de las estadísticas suicidas en contra, ahora, por ejemplo, los suecos están de moda, espiritualmente hablando. Son, por así decirlo, los nuevos budistas en tiempos post pandemia. Y se los vincula a cómo vivir la vida en un momento donde ya todos han perdido la receta de un pasar feliz.

Según parece, a la luz de nuevos estudios científicos, no sólo debemos los seres humanos preocuparnos –y ocuparnos, claro está- de que el cambio climático no nos elimine de la faz de la tierra. Además, deberíamos prestar atención a otro detalle aún más sutil e impensado: probablemente el cambio climático enloquezca a millones de insectos en todo el planeta, volviendo esta bola giratoria inmensa en un zoológico que parece cada día más a un manicomio de especies.

Todo se disparó por una travesura de un artista de nombre Luc Loiseaux. Uno más que, entusiasmado con una app de inteligencia artificial, se puso a jugar con viejas fotos de un escritor maldito del cual queda escasísimo registro de imágenes, y zás: obtuvo una foto cautivante y callejera del gran Arthur Rimbaud, de ojos clarísimos y jopo esponjoso, y aún así atrozmente real. Aquella foto que, Loiseaux lanzó a las redes cual botella al mar, fue recogida y replicada con alegría por colegas poetas aquí y allá y en todas partes, ilusos todos de que una nueva era había comenzado, ya está aquí: la de no saber –ya nunca más saber- qué es verdadero y qué no. 

Si hay un rasgo, una pista de que nos permite verificar claramente que el futuro ya llegó, y el cambio de paradigma también, es decir todo está patas para arriba como era nuestra vida digamos diez años atrás, eso implicaría simplemente ir al super y buscar una leche. Más allá de la oferta abrumadora de leches que ya no son leches –es decir, o no vienen de la vaca, o les han quitado tantas cosas que es prácticamente como si no viniera de la vaca-, es llamativo tomarse el tiempo y leer el sachet o la cajita y ver las cosas que han agregados, los pobres. 

Si pensaba que una lluvia de asteroides nos barrería del planeta igual que a los dinosaurios, o desembarcaría una flotilla de alienígenas dispuestos a quitarnos del lugar, o lo que haría sucumbir la raza humana es un tsunami a escala planetaria, o una erupción volcánica sincronizada de todos los volcanes del planeta, al parecer hay otro ingrediente mucho más cotidiano que podría hundirnos cual barquito de papel: el plástico.

Es inminente el estreno en la policía de la ciudad de Buenos Aires de las renombradas pistolas táser. Estas son capaces de lanzar como arpones dos anzuelos que producen una descarga eléctrica sobre el malviviente –o bienviviente, depende de cómo se lo mire y del éxito hasta entonces del criminal en cuestión-, y estos electrodos le generan 19 contracciones por segundo algo que a la víctima y dicen los que la probaron, lo deja extenuado como si acabara de comer dos pizzas grandes de muzarella sin una gota de agua. Y queda rendido sin ganas de escapar, sin ganas de oponer resistencia y tal vez, vaya uno saber, sin ganas de seguir disfrutando de las delicias sin costo económico ni esfuerzo laboral que ofrece el mundo del hampa.

Atrás, muy atrás han quedado los días en donde uno temía que le robaran sus  billetes dobladitos y planchados, de múltiples formas. Lejos, en el pasado remoto, quedaron los días de oro del punguista experto que debía deslizar su mano mágicamente en los bolsos del caballero y las carteras de la drama, y sustraer entonces sus billeteras entre algodones. No más los días de gloria de los arrebatadores furtivos que hacían uso de su velocidad atlética, su pique relámpago para en un mismo acto de compleja destreza, hacerse con un bolso a la fuerza y huir a la carrera difuminándose con la multitud.

La historia es conocida pero no tanto: 150 años atrás dos tipos, Jacob Davis y Levi Strauss, se propusieron hacer algo con el pantalón de lona. Quisieron darle vida, pero también resistencia y onda. Y así concibieron el primer jean Levi’s 501. 

Para la gente que vive en la ciudad, dormir la siesta es un privilegio de millonarios. No hay tiempo para dormir siesta. Lo más parecido a una siesta es cabecear del sueño en el colectivo. Y a eso, la gente de la ciudad lo llaman descanso. O break.