Crónicas + Desinformadas

Con toda esta búsqueda frenética del submarino ARA San Juan y los 44 tripulantes argentinos, en medio de la desesperación, la supuesta falta de oxígeno y demás peligros en ciernes, uno se pregunta: ¿para qué corno inventó la humanidad algo tan contraproducente como un submarino? Digo yo: ¿por qué no nos quedamos en disfrutar de la superficie en barco, la bella línea horizontal del horizonte, el mar meciéndose por todas partes, y nos dejábamos de jorobar de una buena vez?

De todas las modas tontas –que de por sí ìntrínsecamente toda moda es tonta- la más demencial, sin dudas, es el tattoo. Y esta costumbre que debió permanecer sólo reservada al rubro de los piratas y, si se lo permite, a algunos tumberos, creció, se expandió y se multiplicó hasta límites insospechados. Y, dígamoslo ya, preocupantes.

Se supone que la humanidad nunca estuvo, en toda su historia, tan bien comunicada como ahora. Se supone, digo. Porque, a decir verdad, si hay algo que nos falta es comunicarnos. No quiero entrar aquí en este sitio tan prestigioso, a reflexionar sobre las amistades virtuales, lo barato de tener amigos en Face, y la mar en coche. Quiero contar algo más humilde, más pequeño y más sencillo: mi problema serio y perjudicial con el mundo emoticón.

Los argentinos estamos al tope de la lista en pillería, pero andamos siempre cuesta abajo cuando se trata de encontrar a un guía espiritual. Alguien que, medianamente no sucumba a las tropelías y tentaciones de este mundo de cuarta, pero siempre tan apetitoso para darle una mordida.

Cuánto extrañamos a Antonio Di Benedetto, sobre todo ahora, que escribir y publicar en redes es gratis como el aire y cada cual da rienda suelta a la escritura como si fuera expulsar heces. Justamente él que hizo de la economía de palabras, un sello.

Días atrás se fue, señores, Tom Petty uno de los grandes paladines del rock. Cómo lo quiero y cómo lo escucho. Creció a la sombra de otros colososos como Bruce Springsteen y Bob Dylan –con quien formó un grupo fugaz y de culto, los Traveling Wilburys-, tal vez por eso, Petty no tuvo en la Argentina el protagonismo que se merecía. Sólo lo tenemos de oído de clásicos como “Free fallin”, “Into the great wide open” o “Learning to fly”, y la mayoría de nosotros ni siquiera sabemos que esos hitazos tienen la firma del gran Tom.

Que Lucrecia Martel, se proponga dirigir la obra cumbre de Antonio Di Benedetto, una novela  que, uno podría pensar, se resistía a ser llevada al cine, vaya y pase. Es el temor –o la ambición, depende de dónde se lo vea- de todo autor: que alguien, estando él vivo o no tanto, decida adaptar su obra a la pantalla grande, convencido de su potencial cinematográfico.

Que se haya muerto Hugh Heffner, creador de la mítica Playboy, que haya esperado 91 años de su vida para hacerlo y que haya partido precisamente ahora, tiene un sentido sincrónico. Hugh eligió retirarse de este mundo, justo cuando los playboys están en retirada y es un capítulo cerrado y pisado.

Típica historia: princesa que cobra 500 euros a las marcas por cada foto subida, y que desde afuera, parece llevar vida de cuento de hadas, y por dentro parece una de Stephen King. Pero bueno, el relato de Celia Fuentes no es novedad. Ya medio siglo atrás, Marilyn Monroe sufrió los mismos tormentos por creer en el sueño de Barbie y Kent, for ever in love.

De todas las ternas del Nobel –seis en total-, la que más dolor de cabezas le debe traer a la academia de sabiondos que los entrega, es, sin dudas, el galardón de la Paz. Porque un Nobel de Literatura podrá, después de una carrera exquisita e innegable, pifiarla con algún libro malísimo. O tal vez un Nobel de Física no logre embocarla con un descubrimiento feliz tras recibir diploma, medalla y los, en algunos casos, 874 mil euros que significan el Nobel. No hay mayor peligro en eso. E incluso, si a alguno de ellos les sobreviene la muerte, es comprensible. Puede suceder. Más allá de que algunos puedan señalar que ese Nobel en cuestión ha llegado un poquitín sobre la hora. Pero somos humanos, por más academia Sueca que sea.