Crónicas + Desinformadas

Todo empezó con ese monstruo ensamblado al que nadie quería, ni siquiera su propio padre. Ese grandote con corazón tierno y destino trágico: Fankenstein. Luego, le siguió el Fantasma de la Ópera, enamorado, resentido y monstruoso. Más posesivo que romántico. Y más tarde, el príncipe transformado en bestia que a fuerza de buenos modales y atenciones, se ganaba el corazón de la bella. Pues la verdad es que, con lo flojo que viene la performance del ser humano últimamente, es comprensible que una chica de su casa termine enamorándose de una criatura mutante, o hechizada o ensamblada por un científico loco. O, como en la reciente premiada y poética, “La forma del agua” de una criatura anfibia capturada por militares.

Aún recuerdo la tapa de Crónica, 30 años atrás: más que muerto parecía dormido, el pecho al viento sobre la avenida costera de La Feliz, y empuñando una bolsita que, tardaría años, en conocer su contenido. Excepto la muerte del Potro Rodrigo, no hubo otra pérdida de ídolo tan repentina y dolorosa como la de Alberto Olmedo. Para mis 12 años de entonces, fue un golpe al corazón.

No hubo en este mundo un poeta que se dedicara mejor al periodismo que él. O, para decirlo de otro modo, no hubo un periodista que fuera tan buen poeta como él. Henri Michaux, belga, autor y pintor, experimentó con drogas y elaboró poemas loquísimos y visionarios, a la manera de William Blake. Pero el punto caramelo de su obra –voy a ahorrarte datos biográficos aquí que podés encontrarlos al a vuelta de la esquina en Wikipedia-, son sus libros de viaje. El periodismo debería hacerle un monumento a este groso de los grosos, titán de titanes, paladín de las letras que conjugó por primera vez el ojo de la poesía y lo puso al servicio de la crónica viajera.

¿Alguien puede decirme dónde han ido a parar los vasos? Pues, por mucho que uno transite restoranes de Palermo, o bares con aires de artesanal y progre, todo lo que encuentra allí es un puñado de frascos.

Ya lo habían anunciado. Este verano vendría con pocas lluvias. Pero uno tiene con el servicio metereológico la misma actitud que con el GPS: le cree hasta ahí nomás.

La relación se dio medio siglo atrás y fue fruto de un engaño. El tipo que los presentó era amigo de ambos y les había dicho que, luego del primer encuentro, los dos pidieron expresamente volver a verse. Cada tanto, cuando ese amigo llegaba a casa, él o ella me decían: “Este es Osvaldo, el tipo que nos mintió y mirá cuánto duró la mentira”.

La serie se llama Ertugrul –Resurrección- y narra la historia del padre que dará origen al imperio Otomano, en tiempos de invasiones, internas tribales, donde el mapa del mundo era como un gran TEG. Hay batallas filmadas que nada tienen que envidiarle a “El señor de los anillos”. Hay maestros inspirados como el gran Ibn Arabi que, por primera vez, se los retrata en una serie. Hay iniciaciones. Ritos funerarios. Casamientos. Y códigos de honor del islam que nunca antes fueron tratados con tanta destreza y poesía.

¿Por qué será que hasta los santos y las vírgenes son víctimas de las modas? No importa si parte de vacaciones, o vuelve de ellas, lo habrá visto cada vez que sale a la ruta. Antes la santa patrona del camino, era esa mujer agónica que, aún en su trance de muerte amantaba a su bebé: la irrepetible Difunta Correa. Ahora, es ese tipo melenudo de pañuelo rojo, bautizado el gauchito Gil.

No sé cuál será tu opinión del cine francés. Tal vez, se limite a recordar que existe un actor francés que tiene la nariz como un tubérculo, pero ni siquiera se te viene a la cabeza el nombre. O recordar aquel otro francés de rulos rubios que era muy gracioso, en la línea de Mr Bean. Pero hasta ahí llega la cosa. Nombres de películas, cero.

Nada como el verano para darse cuenta de lo lento que viene la evolución humana, en relación a otras contingencias de la naturaleza. Ahí está, una vez más, el intento inútil por frenar el mosquito con repelentes, cada vez más inútiles. La búsqueda, infructuosa, por protegernos de un sol cada año más caliente y penetrante y nocivo. Nuestro recurso, ridículo, por eliminar la velocidad e intrepidez de la mosca con una palmeta que lleva un siglo sin evolucionar en lo más mínimo. Si somos la cúspide de la evolución planetaria, la corona de la creación, vamos a tener que hacer un esfuerzo un poco mayor por parecerlo, ¿no le parece?