Crónicas + Desinformadas

Se evitarían infinidad de problemas si la gente no bebiera. Y si los adolescentes no bebieran más aún. La gente tomaría decisiones con lucidez, con voluntad, con conciencia. Los boliches abrirían y cerrarían más temprano porque, sin alcohol, la gente tan tarde se quedaría dormida.  

Los dos, de algún modo, estuvieron involucrados con el arrojo de seres que caen del cielo. A uno, de hecho, lo condenaron por esto a 1.084 años de prisión. Al otro, le llegó la condena social que, a veces, es peor.

Los medios asignaron un espacio modesto, apartado y tal vez, pudoroso para anunciar la muerte de la ex legisladora y actriz Elena Cruz. Tenia 93 años. Había filmado pelis con Luis Sandrini, entre muchísimos otros. Su marido, también actor, Fernando Siro, había muerto en el 2006.

Ahora, Emir Kusturica acaba de potenciar aún más el mito con el documental, el Pepe, que ya se ve por Netflix. Y así, la vida del uruguayo Mujica, el más romántico de los presidentes latinoamericanos, sigue su ascenso en el inconsciente popular. La gente lo quiere, las redes repiten sus frases cual máximas de Gandhi, nadie duda de que, políticos así, no abundan. Sin embargo, vaya a saber uno por qué, los que lo imitan son pocos. Y sus dichos son repetidos hasta el hartazgo, pero no hay valiente que se atreva a aplicarlos.

Cuentan que cuando volvió de India en los años ‘60, descalzo y barbudo, su padre, abogado, ejecutivo y fundador de una universidad, fue a buscarlo al aeropuerto y le rogó que se subiera rápidamente al auto para que nadie lo viera. El cambio lo había avergonzado. Pero Richard Alpert, ya no era más su hijo Richard, académico de Harvard e intelectual prometedor, ahora se hacía llamar Ram Dass y ese Ram Dass, acaba de morir una semana atrás en su casa de Hawai, a los 88 años.

La Navidad es una mentira consensuada. Hasta los niños se dan cuenta de esto, pero, por temor a que le quiten los regalos, no dicen nada. 

Las empresas le temen más que al Papa. Y sus twits meten más miedo que los de Trump. Sin dudas, la activista teen Greta Thunberg cada vez que sube un texto a las redes genera pánico escénico entre las empresas. ¿Por qué? Porque su conciencia verde, que le impide comer carne y hasta viajar en avión –para reducir el costo ambiental- tiene millones de seguidores y cada una de sus bajadas de pulgar, puertas adentro de las empresas, se viven como la hecatombe. No importa dónde Greta ponga el ojo, los CEOs tiemblan, las bolsas se sacuden, y los cimientos de este mundo, basado en guita y solamente guita, crujen. 

La tradición es vieja y simple: uno simplemente, de tan apasionado por la lectura, decide hacer oídos sordos a ese papel tan viejo y en desuso llamado la ley, y sustrae un libro de propiedad privada, en la mayoría de los casos de una librería aunque también vale para bibliotecas de amigos. El objetivo es puramente cultural y enriquecedor de intelecto: pues no hay acto más cabalmente humanístico y bien intencionado que engrosar la biblioteca propia. Si no, pregúntenle a Borges.

El episodio ocurrió en Granadero Baigorria, en Santa Fe y se hizo viral: una mujer en el campo descubrió un sapo gigante y de forma extraña. Lo retuvo, alarmada, y llamó a las autoridades. Que lo midieron, pesaron, estudiaron y concluyeron que es un sapo cururú, típico del norte, famoso por tragar grandes cantidades de insectos, pero de porte excepcionalmente grande: medía 25 centímetros y pesaba dos kilos. Le hicieron fotos y en un instante, el sapo gigante se hizo viral.

La noticia fue a parar al suplemento zonales pues, ¿a quién le interesa que hayan liberado 600 aves de cautiverio en el Parque Pereyra Iraola, en Berazategui? No importa si, aquella suelta se anunciaba como la más grande de la historia local: a nadie le importaba.