Crónicas + Desinformadas

Cada vez que uno decide partir con destino vacaciones, siempre una vez que llega se frustra un poco. Inclinado a elegir el lugar por el avistaje de fotos en la red, descubre que, cuando pone un pie en el lugar, el sitio es el mismo, pero también es otro. No es, por así decirlo, el paraíso de las fotos.

No los soporto más. La prensa de los asesinos es más potente, intensa y rimbombante que cualquier difusión que uno se le venga a la mente. Hasta la de las estrellas de fútbol.

La noticia dio vuelta el mundo. La historia de un latino en Estados Unidos al que llamaban Diego B. que vivía hace 11 meses dentro de un coche. Le había salido todo mal: se quedó sin trabajo, se quedó sin chica y perdido por perdido, apostó a un billete de lotería. Y ganó 250 mil dólares. En la foto, Diego B. se llevaba ambos manos a la cara, los ojos acuosos, y declaraba: “La vida es rara. Pero no la cambiaría”. Y también decía: “Pienso que no merezco esto. Es una locura. Es un cambio de vida”.

Es una botella de vino, tiene 1600 años y los científicos, que todo lo debaten, aún no saben bien qué hacer con ella. ¿Hay que dejarla así como está como pieza de museo? ¿Hay que abrirla y probarla? ¿Hay que acompañarla con tablita de queso? Nadie lo sabe. Nadie lo dice.

Pierde Boca, y los directivos anuncian entusiastas, que fueron superados por River con justicia. Los hinchas, juntos, celebran en el Obelisco por haber llegado a una instancia tan trascendente. Los piqueteros deciden no cortar calles para no jorobar más a nadie y en su lugar, como medida de protesta, plantan geranios en las plazas. A Macri, Cristina y Massa se los ve comiendo en un restó de Palermo, todo sonrisas. Debaten juntos cómo hacer de la Argentina un país, al fin, sin deudas y sin desigualdad.

Con el aluvión de mandatarios de peso internacional, su visita quedó un poco, y con cierta razón, ensombrecida. Entre Trump, el presidente Chino y Angela Merkel, escasas líneas quedaron disponibles en los periódicos para dar espacio a la visita del Mirasol. Delgado, puntudo, ojos chispeantes. Algo de barba blanca cual cepillo. Un poco chamuscado. Otro poco agotado. Lo encontró un vecino en Turdera y lo llevó a un parque de aves: el parke Finky, que alberga cien clases de pájaros. Nunca, que se tenga memoria, llegó un mirasol grande a Buenos Aires. La razón: es pájaro tropical. Los expertos señalan que, a duras penas puede llegar hasta el norte del país, en Formosa y el Chaco. Pero más abajo, jamás. ¿Con qué sentido? Sería una condena a muerte.

Los argentinos tenemos crisis de aburrimiento. No porque seamos un país aburrido, no señora. No señor. No señore.

Conocí, como tantos otros, a los anarquistas a través de las obras del historiador Osvaldo Bayer. La vida de Severino Di Giovanni, narrada por Bayer, parece una película de Tarantino: un tipo entregado, de armas tomar, culto y romántico. Severino y todos los de su generación, eran unos defensores de la educación de alta calidad pública y unos difusores a ultranza de la cultura. Poca gente hizo tanto por la lectura y la multiplicación de bibliotecas como esos primeros anarcos. Ellos realmente creían y actuaban en consecuencia, que cuanto más cultivado un pueblo, menos dependiente serían de las autoridades.

En tiempos donde los rockeros locales están de capa caída, denunciados por abusos, apresados y marchitos, la venida de Roger Waters a la Argentina llegó en el mejor momento. Waters hizo de su desgracia no sólo obra artística cumbre, además lo motivó a una cruzada humanitaria a escala global que aún lo tiene como protagonista.

Que la Argentina sea un país joven siempre pareció una buena cualidad: juventud viene ligado a futuro, a potencial, a frescura. Esto es lo que uno puede ver cada vez que visita Europa, países, por así decirlo, viejos, ancianos donde los niños escasean. Y se respira atmósfera de cansancio, de comilona, y de fin de ciclo.