Crónicas + Desinformadas

Que las nubes días atrás formaron su silueta. Que Messi escuchó su voz en el partido. Que los fanáticos lo ven en sueños y les transmite mensajes de esperanza. 

No es culpa de Mercado Libre  ni de Amazon el hecho de que, todo tenga un precio, sea vendible y, con viento a favor hasta lo más insospechado encuentre alguien dispuesto a comprarlo. Desde tiempos inmemoriales el hombre subastó lo que fuera: desde cuadros hasta esclavos. No habría razones para alarmarse si, el boom de la subasta, escala a áreas, un poquito, truculentas. 

Era británico, se llamaba Robert Fisk murió este mes a los 74 años, y, excepto que seas un freakie de la crónica, tal vez lo pasaste por alto. De este lado del mundo, sus artículos eran menciones que pasaban sin pena ni gloria en la sección internacional de Página 12, el único periódico que los replicaba traducidos de su diario The Independent. Semana a semana, yo buscaba con lupa su firma porque sabía que, si era un texto de Fisk, era una obra maestra. 

Por Abdul Wakil Cicco. Basta de tratar a Dios como si fuera el alumno al fondo del aula, aquel al que nadie presta atención. “Para qué hablarle”, dicen los compañeros. “Si nunca tiene nada para decir.”

La gente dirá lo que quiera –siempre, de hecho, dice lo que quiere- y los medios pondrán títulos tremendistas, escandalizados cual carmelita descalza. Sin embargo, cada vez que surge un chisporroteo social a raíz de que alguien en público, olvidó apagar la cámara sólo deberíamos darle, a ese descuido, la bienvenida. Pues, de alguna forma, nos ahorra un sinfín de tiempo perdido hasta que uno conoce a la otra persona. Esto es muy valioso y muy productivo, ya que, en tiempos de distancia social y conocerse por una pobre pantallita chata y, digamos así, chota, todo aquello que nos permita acortar distancias en el menor tiempo posible es una buena noticia. Es oro en polvo.

Fue, tal vez, uno de mis primeros ídolos de carne y hueso –los otros habían sido He Man y otros superhéroes-. Raúl Portal, que acaba de fallecer a los 81, era todo lo que yo quería ser a mis 12 años: gracioso, loco, impredecible, payaso y, por si fuera poco, tenía un mono. De chico, me consumía todos sus programas cual heroinómano: desde Los juegos del terror al hitazo de Notidormi, el primer programa humorístico de medianoche, y hasta lo seguía en Radio Continental.

Es alarmante el informe televisivo que puso en jaque un grupo de delincuentes, en La Matanza, que se hacían pasar por policías para cometer toda clase de tropelías. Según expertos, estos no serían los únicos casos, lo cual abre la puerta para sospechar que en todo distrito puede existir un puñado de casos de policías que no son policías. 

Es una tendencia alarmante. Crece, como toda tendencia, y a ritmo de pandemia aún más. Es la inclinación del ser humano por llevarse mejor con los amigos a distancia que los amigos cercanos. Es el boom irrefrenable de la acumulación de amigos en red, y la disminución preocupante de amigos, por así decirlo, de barrio. 

Sandman es, sin dudas, uno de los mejores cómics de la historia. Y no trata de un superhéroe. Trata de un semi dios: Morfeo, el soberano de los sueños. Lo adaptó un crack: Neil Gaiman en los ’80. Y durante mucho tiempo el propio Gaiman dijo que era imposible de filmar. Porque claro: la sinfonía de historias, visitas al infierno, la muerte, el destino, demonios y el paisaje indescifrable del sueño, es algo que, sentía Neil, son imposibles de poner delante de una cámara. Pero parece que el tiempo –y Netflix que todo lo puede- lo convencieron de lo contrario. Y ahora mismo, aún con la pandemia encima, la plataforma tiene Sandman en etapa de producción. 

No sólo de encierro y hastío se alimenta la pandemia, además, sutilmente, por bajo la alfombra, se mete con algo mucho más profundo: nos devalúa. Y no se trata aquí de la devaluación obvia del peso, visible, palpable y fácil de comprobar. La devaluación más brava sucede en todo lo que nos rodea. El mundo, en tren de no perder vigencia, se empequeñece, se rebaja, se diluye.