Crónicas + Desinformadas

No sólo de encierro y hastío se alimenta la pandemia, además, sutilmente, por bajo la alfombra, se mete con algo mucho más profundo: nos devalúa. Y no se trata aquí de la devaluación obvia del peso, visible, palpable y fácil de comprobar. La devaluación más brava sucede en todo lo que nos rodea. El mundo, en tren de no perder vigencia, se empequeñece, se rebaja, se diluye.

“Me agarré covid porque me junté a jugar con tres amigos al TEG”. Esto me dijo un alumno a la distancia, dolido y compungido. Días más tarde, de salida por mi pueblo, se vio una escena que era caldo de cultivo para más historias como la de este alumno: gente en las plazas, barbijo fuera, compartiendo bombilla del mate como si fuera un eterno viva la pepa, una primavera for ever. Si el virus fuera un ser pensante, estaría feliz de tanta clientela dispuesta a consumirlo con tanta entrega. 

Días atrás, un colega amigo me trajo una revista donde salió publicado su último artículo. La revista en cuestión era un semanario dominical de un diario prestigioso de la Argentina. Históricamente, las grandes campañas publicitarias de las marcas de primera línea se hacían en esta revista. Y el papel siempre era laminado, brillante, colores rutilantes.

Antes, sí que había que esperar. Y uno se hacía un sabio de la espera. Un artista de augurar lo que vendrá. Había que esperarlo todo y sumido en la incertidumbre del vaya a saber uno si llegará. 

Aún peor escenario que la postergación de la vacuna contra el covid, es esta sensación vacía, urgente y apesadumbrada de que, vaya uno a saber, pero tal vez de este sacudón no hemos aprendido nada. 

Aquellos que leen los significados ocultos en los hechos cotidianos, son los primeros en señalar que la pérdida del olfato, uno de los síntomas distintivos del covid, es sinónimo de algo más. Pero, ¿de qué?

Cada vez que hablo con un amigo –o incluso con mi hija mayor-, me repiten: “Tenés que ver Dark, es una serie espectacular”. “¿Y de qué trata?” “Tiene que ver con una noción diferente del tiempo, que trasciende lo que pensamos es pasado, presente y futuro”. “Y entonces”, insisto yo para jorobar, “¿de qué trata?”

A la ola de selfies domésticas en tiempos de cuarentena y bodrio encerrado, se le suman ahora las fotos de mascotas en todas sus poses y estados anímicos, 24hs full time. Hay más presencia mascotil en redes de la que nunca hubo en la historia. El índice canino se disparó por las nubes, cual precio del oro, son tendencia en twitter, los videos más populares en Instagram, y tienen canales propios en Tik Tok y YouTube.

Adopté, en plena pandemia, un hobbie nuevo: dar de comer a los pájaros. Parece una tontera pero, de algún modo, me tiene absorbido en su inmensa capacidad de crear tramas nuevas a diario, cual tira de Netflix. 

Una vez, años atrás, de visita en Turquía, fuimos con un amigo local al casamiento de otro turco. Fue todo lo contrario a las bodas occidentales: de día, nadie bailó, no se sirvió alcohol. Desfiló una banda solemne y otomana. Y a las tres horas, todo estaba terminado. Pero lo que más me sorprendió que el regalo de boda que hizo mi amigo, al casamentero: le entregó una bolsita muy pequeña. Le pregunté qué era. “Es una pepita de oro”, me dijo. Se la entregó –eran compañeros en una empresa telefónica- y el recién casado se la metió en el bolsillo.