Crónicas + Desinformadas

Jamás habrá pensado aquel marino que se tatuó el primer ancla en el bíceps, o aquel nativo que se llenó de tinta la piel para bautizarse como guerrero que el mundo del tatuaje tendría un futuro prometedor. Y no hablamos aquí de la moda del tatuaje de ahora, donde hasta las ancianas tienen el suyo. 

Podrán decirle lo que quieran a Putin, que es villano, que es absurdo, que es totalitario, que es desalmado, sin embargo lo que pocos dicen es que la guerra sigue siendo un negocio millonario. Y cada vez que un país pone un pie en otro, mientras los medios se rasgan las vestiduras con el descalabro internacional, las muertes y los videos de edificios desmoronados, la gente que sostiene este mundo, cosecha la siembra de armamentos que fabricó en tiempos de paz. Tiempos, para ellos, de pérdida. 

Hace poco, escuché la teoría más asombrosa sobre los incendios, tiempo atrás que se sucedieron en Patagonia: resulta que una clase de pino, plantado a propósito para recoger madera barata, producía un hábitat proclive para que el entorno se incendiara. ¿Por qué motivo? Pues así las piñas se reproducían a mayor velocidad y el bosque, antes de plantas nativas, se iba cubriendo de esos pinos como plagas que lo arrasan todo. Así es hoy en día, el mundo y sobre todo, las llamas que envuelven y avanzan sobre Corrientes a una velocidad dramática.

El tiempo no borra todo. A veces, también debilita todo. Si no, basta con ver lo que el tiempo hace con un puñado de obras que uno creía inoxidables for ever and ever.

No importan los años que pasen. No importa que haya vivido solamente 32 abriles. No importa que su disciplina no brille como entonces. Nada de eso tiene interés: Bruce Lee sigue más vivo que nunca. Se acaba de estrenar “Be water”, tal vez su documental más sólido y abarcador: un repaso pormenorizado por vida y obra del primer artista marcial que copó Hollywood, que incluye testimonios de familiares que, por primera vez, rompieron el silencio.

Interesado –por qué no embelesado- por las partes superiores y notorias de la gente, uno prácticamente olvida que tiene una extremidad perdida ahí abajo que lo sostiene en el mundo: los pies. Claro, no son motivo de orgullo, ni de status, ni de seducción. Los pies son meramente un medio de transporte en el escalafón del cuerpo. Y ahí quedarán. 

Si había pocos santos en esta tierra, con la muerte del gran Thích Nhất Hạnh, que acaba de morir a los 95 años, prácticamente ha quedado vacía de ellos. Qué enorme que era Thich aún cuando era pequeñito. Sin dudas, pocos monjes zen tuvieron su exposición global, su coherencia y su mensaje permanente de paz. Thich fue el equivalente zen al Dalai Lama. Medido. Espiritual. Impoluto. Poético. Siempre al hueso.

El ser humano es un bicho extremadamente frágil. Súbale unos dígitos la temperatura durante un par de días y enloquecerá. Primero, sentirá la pesadumbre propia del calor sofocante. Luego, la pesadilla de trasladar un cuerpo que se resiste y tironea hacia el sillón. Por último, el descubrimiento que revela una vida sin pileta, rodeada de asfalto, bondis, bocinas y transporte en subte que equivale a ser tragado por el mismo infierno.

Cuando era chico, digamos 14 o 15 años, yo quería ser como Rod Stewart. Bah, no sólo yo: todos mis amigos. Toda mi generación. Para ese entonces, Rod sacaba uno de sus discos más vendidos: “No funciona”. Aún recuerdo esa portada –yo lo tenía en casette-: Rod en una silla, la cabeza gacha, el rostro escondido y ese pelo puntiagudo que lo hizo tan famoso –luego me enteré que de joven, lo moldeaba con mayonesa-. Llevaba los jeans destrozados, 30 años antes de que se usaran los jeans destrozados. Y Rod era así, siempre lo fue: un adelantado. 

Despedimos años más o menos potables, más o menos críticos, más o menos dignos, más o menos triunfales. Y a todos ellos les dimos sus merecidos petardos, brindis, corchazos, fogonazo multicolor en el cielo. Los dejamos partir como quien se levanta de la butaca tras una película. Por más bodrio que haya sido, siempre encuentra forma de sacar alguna moraleja.