Crónicas + Desinformadas

Entiendo que con el auge imparable de la Inteligencia Artificial, nos olvidamos de otra inteligencia también que, en su momento fue próspera, esperanzadora y que hizo de este mundo lo que es, para bien o para mal: la IH. O, digámoslo en criollo, la Inteligencia Humana. 

Que el actor Pierce Brosnan tiene más de 70 pero parece de 50. Que otro actor, William Defoe tiene algo más de 70 y parece bastante menos. Que un músico reconocido tiene no sé cuántos y parece tantos menos. Y la lista continúa. 

A decir verdad, no importa lo evolucionado que esté el mundo. No importa el chat gpt. No importa la medicina cuántica. Si colonizamos Marte y vaya a saber cuántas pelotas más orbitando en el cielo. No importa si logramos implantarnos y sobrevivir en robots. Nada de eso importa en la escala evolutiva pues el ser humano siempre pero siempre –lo ha hecho, lo hace, y seguirá- aplicando ese acto tan vil pero tan natural de la coima.

Ya casi no quedan zoos en pie en el mundo. Al menos, que no hayan sido el centro de una campaña de presión para que los cierren y liberen a todos los pobres bichos de una buena vez. En Buenos Aires, el zoo histórico de Palermo ya repatrió todo lo que había en él y hoy se convirtió en una suerte de parque eco en el pulmón de la ciudad –o tal vez en el riñón, depende cómo uno la vea-.

Toda una vida, una infancia veraneando en Mar del Plata, pensando que todo lo que tenía el mar para darnos era un puñado de caparazones rotos, de medusas pisadas y llenas de arena y algún que otro berberecho, y resulta que ahora, gracias al streaming super pop lanzado por el Conicet, nos venimos a enterar que hay un bicherío ahí abajo que ni siquiera los pescadores más optimistas podían llegar a imaginar.

Estos días llegaron noticias de los medios del corazón de que Pamela Anderson estaba en pareja con el actor Liam Neeson. Incluso había fotos donde se los veía más abrazados de la cuenta.

Cada dos por tres un periódico o un noticiero pone el grito en el cielo, se rasga las vestiduras y se indigna y alarma cual carmelita descalza, ante lo que llaman “escalofriantes” lesiones de luchadores de UFC. Las UFC, por si no las conoce, son las llamadas luchas de artes marciales mixtas donde los combatientes llevan guantes más pequeños, el ring parece más una jaula y básicamente la regla parecería ser una sola: no se maten. El resto, vía libre.

No queremos ser agoreros ni piantavotos. No queremos ser pájaros de mal agüero. Ni frustrar las esperanzas. Pero habrá visto en los periódicos, habrá escuchado en los noticieros –o no escuchado en absoluto- pero resulta que la promesa de Colapinto, ese ídolo prematuro al que ya habíamos levantado calles y monumentos, no está gozando aún de su momento de gloria. Despistes, problemitas técnicos, mala suerte, y vaya a saber cuánta presión a cuestas. Pero el asunto es que Colapinto no la pega. No acierta. No arranca. No acelera como nos gustaría. Y, en definitiva, no triunfa. Y a los argentinos, que tanto nos cuesta construir nuevo ídolo, se le está cayendo el corredor que, ya se palpitaba, era la encarnación viva del gran Fangio. Y más.

No sé usted, pero desde que existen los celulares y uno puede agendar cuanto número quiera, que dejé de recordar los números de teléfono. Recuerdo, a duras penas, el fijo de mi infancia en Barracas. Teléfonos de casas de viejos amigos. El de mi abuela y mi tía que ya no están. Y esta dificultad por recordar números es sólo la punta del iceberg de algo mucho más grande: la tecnología, la comodidad que envuelve a todo eso, nos vuelve día a día más inútiles.

Ya no basta con hackear una computadora, el sistema de seguridad de un banco, o por qué no, la mismísima Casa Blanca. Ahora, van por más: y lo que se propone un puñado de nuevos terapeutas es el llamado “biohacking”.