Crónicas + Desinformadas

Hace poco una estadística señaló que la generación Z, es decir los chicos de ahora, de tanto usar el móvil ya no saben mecanografiar. Es decir, ya no tienen idea de  dónde están las letras en un teclado. Y es probable que, de seguir así la tendencia, los hijos de la generación Z tengan menos idea aún. Y quizás, vaya uno saber,  para entonces ya no existan teclados. Uno simplemente expresará cosas con la mente y los dispositivos añadidos al cerebro enviarán mensajes sin necesidad de  otras mediaciones.

Cada dos por tres una celebridad –actrices, cantantes, goleadores-, sale a reconocer públicamente con cierto pudor, que le diagnosticaron bipolaridad y los medios, y todos nosotros, nos compadecemos de ella. Dice que tras mucho pensar y repensar finalmente decidió darlo a difusión. “Tal vez aquellos que lo padecen, no se sientan tan solos”, explican.

Cuánto viviremos los seres humanos en el futuro? O, para ser más tremendos: ¿viviremos los seres humanos en el futuro?

Poco tiempo atrás, los medios locales dieron a conocer la historia de la pimera mujer argentina en autopercibirse robot. Se llama Rocío Buffolo, es abogada argentina, cantante pero lo principal es que se considera a sí misma una chica robot, tras implantarse un chip en no se sabe dónde.

Una semana atrás, junto con el aniversario de diez años de su muerte, salieron notas aquí allá y en todas partes de ese paladín juvenil que fue Rubén Peucelle, una de las estrellas de Titanes en el Ring. Los perfiles abundaban en detalles de la vida bohemia del “Ancho”: su timidez, su falta de ambición, y por último, su eterna bohemia que lo llevó a partir en una casilla de la costa de Vicente López, donde había decidido vivir, pese a otras alternativas más cómodas.

Entre tanto bombardeo de aumentos y recortes cual motosierra en sentido contrario, los medios aportaron una información colorida que bien puede ser una salida a toda crisis, a toda queja, a toda protesta social: el boom de las micronaciones. Micronaciones, ha leído bien. Son pequeños estados con un régimen propio de gobierno. Constitución. Símbolos patrios. Y hasta un presidente, o dictador, o sultán o como quiera llamarlo, que se pasea por sus territorios como si fuera Alejandro Magno y, se supone, dirige su territorio con esmero patriótico. Pero claro, ninguna de esas 100 micronaciones regadas por el mundo son legales. Y por más amenaza que haga el sultán, dictador, presidente en cuestión, y por más dorada y elevada que sea su corona, o las medallas de honor que cuelguen de su pecho, a título legal, todo eso es una farsa. Una puesta en escena. Un, en el mejor de los casos, estrategia de marketing con fines de atractivo turístico. Y no más que eso.

Varias veces van donde leo noticias de una despedida desgarradora de un ser querido y mientras leo buscando si al pobre famoso le ha muerto un padre, una pareja hijos o un amigo, descubro que al famoso en cuestión se le ha muerto el perro. Y para serles franco me siento algo defraudado.

No todo en esta vida debería evolucionar. Ni necesita retoque tecnológico, ni photoshop, ni clonación, ni marketing alguno.

Entre los augurios y proyecciones de futuro, entre si colonizaremos Marte, si la inteligencia artificial nos someterá como esclavos, si seremos cada vez más tontos, y si Mirtha Legrand seguirá con sus almuerzos, hay una certeza que cada vez alarma más a los científicos: la humanidad traerá menos hijos al mundo. Por lo tanto, sobre el planeta habrá gente cada vez más vieja.

Que la inflación baja. Que el presidente se reúne con Elon Musk, luego con el fundador de Facebook. Que le dan premios aquí y allá. Y lo aplaude gente que, no suele ser proclive al aplauso.