LAS CAMPAÑAS PUBLICITARIAS NACIONALISTAS
La argentinidad al palo

Publicidad de QuilmesPor: Julián Gorodischer.  Vean cómo se recrea el orgullo de ser argentino en las publicidades de las transnacionales de bebidas. Cerveza y gaseosa explotan la épica nacionalista (lo nacional en estado de crispación) en sus campañas referidas al Mundial Sudáfrica 2010. “Hola, hola, ¿me escuchan?”. Dios habla a los argentinos en el caso de Quilmes. “Hacia allá fuimos (Lesotho) –dice en cambio Coca Cola-. Para que los lesothenses se enamoren de Argentina y seamos más alentando ahí”.

Patria grande, Argentina potencia. La identidad pat(ri)otera no se afirma en una realidad tangible. Su invención mediática se nutre de la labor conjunta del Estado Nación y mercaderes. Nunca tan cerca como en el Mundial de Fútbol la prédica del Estado y las corporaciones. La empresa transnacional se sobre-argentiniza bajo el argumento de que siempre estuvo con nosotros, que no se fue (no dejó de anunciar productos) ni siquiera en los peores meses de la crisis de 2001.

Coca Cola, desde su aviso, asume la representación de la República al enviar una delegación a colonizar el entusiasmo de Bosotho. Una especie de barra le agarra el brazo a un viejito de tez negra y, moviéndolo como una marioneta, canturrea: “Vamos, vamos Argentina, vamo a ganar”. El proselitismo incluye entrega de chori, prédica en escuelas, reparto de camisetas y alquiler de colectivos para trasladar a la masa de hombres negros. Asomados a las ventanillas, los lesothenses aúllan: “Esta barra quilombera no te deja de alentar”.

La cerveza Quilmes llega un poco más lejos este año, narrando una pequeña fábula triunfalista que atribuye a la Argentina la condición de pueblo elegido. Dios habla a los argentinos (se presume que en cadena nacional dada la unanimidad de la escucha y las reacciones: parálisis urbana generalizada, con la mirada al cielo). La Argentina by Quilmes es bien porteña, urbana, clase media de oficinistas en marco de microcentro.

Pueblo elegido entre todas las naciones de la Tierra. Pueblo iluminado que mira hacia arriba conteniendo lágrimas porque por fin Dios blanquea su favoritismo. Fondo de orquesta sinfónica. La invención del fervor es efecto de una labor conjunta: el Estado (a través de la reciente organización de los fastos del Bicentenario, y su transmisión en continuado por la tevé pública) y por supuesto –más que nada- esta épica nacionalista empresaria (que nos eleva por sobre las demás naciones, que asienta la identidad colectiva sobre el fanatismo deportivo). El relator está siempre al borde del llanto (en el mundial pasado fue al borde de un ataque cardíaco).

No nos pide, clama: “… recen, pidan, prometan. Llenen los bares, las calles, las casas, las oficinas. Y amen a estos colores por sobre todas las cosas. Yo creo en ustedes…”. Así estamos, así somos vistos por la transnacional celeste y blanca (independiente del origen o destino del capital): identidad movilizada, despolitizada, abúlica, cuya expectativa de progreso se restringe a la pelota, cuya posibilidad de soñar un proyecto colectivo se limita a La Copa, cuya representación virtuosa ante el mundo se resume en el apodado “la Pipita”, ya ni siquiera en “Diego”, porque la efectividad -la cantidad de goles cometidos- mató al mito (a la hora de hacer rendir la cuenta).

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