TRAGEDIAS DE ESTRELLAS EN HORARIO CENTRAL
Tristeza que no tiene fin

Mariano MartinezMaru BotanaPor: Julián Gorodischer. La vuelta a la TV de celebridades, después de una experiencia trágica, parece acompañar el nacimiento de un género, en la medida en que presenta algunos rasgos que no varían. Por omnipresencia (en programas de archivo y en Youtube), por la modalidad implementada para volver (el monólogo a cámara), por la invocación a la ciudadanía a algún tipo de acción (seguir dando apoyo, no mentir…) se liga a una cadena nacional.

La vida privada de los famosos en primera persona reemplaza invasiones crueles, cámaras espías, persecuciones, es decir, reformula el amarillismo anterior que todavía sigue vigente, a diario, en formatos de la gráfica o cadenas extranjeras (que traen crónicas más cruentas referidas a Amy Winehouse, a Britney Spears); lo que nos toca es más afín a una novela “del yo”, una narración clásica de descenso a los infiernos presentada como destino, lo que tenía que pasar pasó y el consuelo es creer en la Justicia o en Dios.

La vuelta de la tragedia de Maru Botana, Mariano Martínez, Mariana de Melo (esta última en Bailando por un sueño) reformula la chismografía habitual utilizada para enterarnos de qué les pasa a los famosos y la convierte en una catarsis en primera persona, voluntaria y electiva. La cita frente a cámaras, al volver, los encuentra con menos luz de lo habitual, con un entrevistador que hace de público. El famoso mira a cámara y a su interlocutor, alternativamente, con fondo tenuemente lacrimoso; dramatiza la enunciación pero no la bloquea; no obstruye la dicción, como también se comprobó en el caso de de Melo, “reincorporada” y exaltada por el jurado como ejemplo de vida. El llanto sin control, que podría haber agregado sentimiento, fue reemplazado aquí también por un fondo lágrimas más fotogénico.

En cuanto a lo dicho, esto incluye invariablemente el agradecimiento al apoyo colectivo recibido, que podría interpretarse como un cliché demagógico de no mediar la situación excepcional en la que parece, incluso, poca cosa. Esta temporada, a falta de fisgones más virulentos, de divas polémicas que muestren un vómito o una concha como en el Norte, la puesta de la “vuelta a la vida” es cada vez más prolija: él o ella manejan los tiempos, monologan, eligen a su lado a personas de confianza, nunca inquisidores que los incomoden, jamás se prestan al asedio que es tan común al borde de una alfombra roja. El curioso rol del entrevistador no es, por silencioso, por suntuario, menos protagónico: la consolación se ejerce silenciosa y paciente, dejando que el regresado vaya siempre solo al quid.

Pronto, después de la intervención, el famoso adquiere (para completar el ciclo) un estatuto de vida ejemplar: entonces se reseñan hazañas privadas que los convalidan como “más que humanos” (fortaleza excepcional, su tragedia narrada como epopeya, sostén familiar y fábula con valor de representación); se resignifican anteriores participaciones frívolas, tontonas; se les añade profundidad; se funda una “madre coraje” donde había una cocinera en patines; el hijo martirizado irrumpe donde había un “galancito”. El monólogo añade solemnidad a la revista de farándula; el asedio se convierte en “solidaridad” y el morbo de verlos en sus descargos es, de aquí en más, “compasión”. ¡Vuelvan paparazzi!

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