Cristina en despacho

Por Luis Majul. A poco más de un año de la entrega del poder, la Presidenta y su pequeño círculo íntimo de incondicionales operan con dos objetivos básicos. Uno: transformar a Cristina Fernández en la jefa de la oposición. Y dos: evitar que la jefa de Estado transcurra los próximos años respondiendo preguntas a fiscales y a jueces. Se trata de la versión política y actualizada de aquella canción de Joan Manuel Serrat titulada: ‘Qué va a ser de ti’ y cuyo estribillo dice: ‘¿Qué va a ser de ti lejos de casa?/ Nena ¿qué va a ser de ti?’ Hay, entre quienes imaginan el futuro inmediato, un claro instinto de supervivencia: desde hace más de un año, la principal directiva de la Presidenta al secretario de Justicia, Julián Alvarez, es evitar que a Norberto Oyarbide se le inicie un juicio político. El motivo: sería la llave maestra para reabrir la causa por enriquecimiento ilícito que el juez sobreseyó en tiempo record, entre la Navidad de 2009 y el Año Nuevo de 2010.

 

Los cambios que se vienen en el Código Procesal Penal persiguen la misma intención: neutralizar, por todos los medios, la posibilidad de que tanto Ella como los ministros más sospechados y los empresarios vinculados a Néstor Kirchner se la pasen deambulando por Comodoro Py o incluso terminen alojados en alguna celda VIP de un penal rigurosamente vigilado. La maniobra explícita apunta a dar más poder a los fiscales en la instrucción de las causas y al mismo tiempo designar a decenas que respondan ‘al proyecto’.

Sin embargo, podría quedar a mitad de camino, por la inminente reacción de los jueces federales, quienes temen ‘quedar pintados’ y más vulnerables, todavía, a los caprichos del Poder Ejecutivo.

Para transformarse, a partir de diciembre de 2015, en la jefa de la oposición, Cristina Fernández necesita muchas cosas que todavía no tiene. Consolidarse como primera minoría en ambas cámaras del Congreso es una de las más importantes. Revalidar la lealtad de un ejército de empleados públicos que se calcula entre las 10 mil personas en las distintas categorías de la administración y las empresas públicas, es otra. Y administrar una caja básica de dinero para aceitar esas lealtades podría ser considerada, también, otra de sus prioridades para lograr el objetivo de conservar algo de poder. "Con Daniel (Scioli) como candidato perderemos un poco de pureza ideológica, pero con cualquier otro candidato vamos a perder, además, diputados, senadores y algunos gobernadores con los que mañana podríamos llegar a acordar", me dijo un dirigente juvenil, ultracristinista, con la única condición de que no lo identifique ni por su nombre ni por su apellido. Es uno de los que dibujan línea de acción sobre un campo de batalla que aparece lleno de minas ‘cazabobos’. Según esta fuente, el plan ‘A’ de Cristina Fernández es ‘bendecir’ a un candidato propio, como Julián Domínguez, Sergio Urribarri e incluso el minstro Axel Kicillof, u otro un poco más ‘digerible’ que Scioli, como el ministro Florencio Randazzo. El Plan ‘B’ plantearía la posibilidad de que la Presidenta vuelva a poner el cuerpo y el alma para sostener el proyecto. Esto implicaría una candidatura a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, a senadora o a diputada nacional. Y el Plan ‘C’, contemplaría, al final del camino, apoyar a Scioli con la nariz tapada y con un nivel de condicionamiento superior al que implicó, en las últimas elecciones, colocarle un vicegobernador y coparle la lista de diputados nacionales. "Con Daniel ganando pelearíamos desde adentro. Y con Daniel perdiendo igual conservaríamos poder legislativo, poder territorial, y parte de la estructura del Estado, en ciertas provincias, en algunas intendencias y en los órganos legislativos de ciertas ciudades donde La Cámpora viene trabajando muy fuerte desde que Néstor murió", me explicó.

¿Puede establecerse el cristinismo como el bloque más ‘grande’ y ‘cohesionado’ tanto en el Senado como en Diputados una vez que la Presidenta le entregue la banda a quién corresponda? Desde la pura matemática sería posible, pero no tanto desde la lógica política del peronismo, donde la lealtad se declama y se predica pero no se practica. ¿Permanecerán incólumes los diez mil soldados del supuesto ejército cristinista que fueron bendecidos con un cargo público si Mauricio Macri, Sergio Massa o Daniel Scioli asumen la presidencia de la Nación? Macri y Massa ya tienen en sus carpetas un proyecto de ley de prescindibilidad para cambiar presuntos ñoquis de Cristina por técnicos que ingresen por concurso. El problema es cómo detectarlos sin desatar una caza de brujas que ponga a los sindicatos en estado de alerta y coloquen al nuevo Jefe de Estado en una situación incómoda y peligrosa. No es la única bomba de tiempo con la que se va a encontrar el Presidente que venga. También tendrá que desmontar un enorme sistema estructural y cultural que alienta el despilfarro, el clientelismo y los subsidios a la clase media y media alta. Son los mismos argentinos que primero votaron a Néstor y después a Cristina y ahora no ven la hora de que termine su turno.