UN PACIENTE REBELDE Y CON ESTRÉS DE PODER |
Las tres grandes obsesiones de Kirchner |
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La más conocida, antes de la última, sucedió en Semana Santa de 2004, cuando le diagnosticaron gastroduodenitis erosiva aguda con hemorragia. Había tomado, sin consultar a su médico personal, Luis Buonomo, un fortísimo analgésico y antiinflamatorio contra el dolor de muelas llamado ketorolac, el jueves 8 de abril de ese año. Empezó a sentirse mal enseguida. Se subió al avión presidencial y viajó hasta El Calafate, a pesar las sugerencias de Buonomo. Por la noche comenzó a vomitar y defecar sangre. Estuvo mucho peor de lo que se informó. Por un momento, Cristina Fernández creyó que el entonces Presidente moriría. Fue sometido a una transfusión de sangre equivalente a la mitad de glóbulos rojos de todo su cuerpo. Hacía una semana que Kirchner venía soportando el estrés de su primera derrota política: la multitudinaria marcha de Juan Carlos Blumberg en demanda de más seguridad.
El susto que lo cambió
Algo parecido le sucedió cuando lo tuvieron que operar de urgencia de las hemorroides, durante el primer año de su segundo mandato como gobernador. Fue durante 1996. Había discutido muy fuerte con su vicegobernador Eduardo Arnold por unos contratos para su gente que le reclamaba el último. Un par de horas después de la intervención, Kirchner ignoró el estricto reposo que le había recomendado Buonomo y se fue a trabajar a su despacho. Se descompuso, y se asustó tanto que, a partir de ese episodio cambió su dieta y su forma de vivir: dejó de fumar Jockey Club, tomar whisky Criadores, y visitar los casinos, donde siempre jugaba a la ruleta, e insistía en apostar al número 29. Desde esa época se alimenta a base de pollo hervido, pescado y puré de calabaza. Además, camina o corre en una cinta por lo menos una hora por día. Precisamente eso estaba haciendo el domingo cuando empezó a sentir un leve cosquilleo en su brazo y su pierna del lado izquierdo.
Los que lo conocen desde niño o adolescente dicen que se obsesionó tanto con su nueva manera de vivir que jamás la abandonó. “Néstor es un obsesivo, pero no solamente con la dieta o el ejercicio; también con los temas políticos como la utilización del Fondo del Bicentenario. Y no los abandona hasta que logra imponerlos”.
Obsesiones
Según el diccionario de la Real Academia Española, las obsesiones son perturbaciones anímicas producidas por una idea fija. Después de investigarlo durante más de tres años, puedo dar fe de que Néstor Kirchner, a quien sus propios aliados le dicen “El Loco”, tiene por lo menos tres grandes obsesiones: la acumulación de dinero, la concentración de poder y el lugar que pretende ocupar en los libros y los manuales de Historia Argentina.
La impactante aparición de la compra de dos millones de dólares responde a su primera gran obsesión. Y hay decenas de increíbles anécdotas que confirman su idea fija por la plata. Para el caso, vayan solo dos.
El intempestivo llamado en 2006 del entonces presidente al gobernador de Chubut Mario Das Neves para que le pagara a su protegido Rudy Ulloa una deuda de ¡siete mil doscientos pesos! proveniente de una pauta publicitaria, es una y la vieja costumbre de jugar al casino con plata de los demás es la segunda.
La gran obsesión por concentrar todo el poder también es evidente. El desembarco de sus hombres en el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC), la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) y ahora en el Banco Central (BCRA) revela que Kirchner sabe de sobra donde se encuentra el epicentro del poder. Y la pretensión de disciplinar a los medios de comunicación que no apoyen su proyecto hegemónico es otra clara muestra de que no acepta discutir ese poder con nadie.
Lo más novedoso, quizá, sea el descubrimiento de su tercera gran obsesión: el intento de imponer su versión sobre cómo lo debería empezar a recordar la Historia Argentina.
En los últimos días, antes del accidente cerebrovascular, lo venía intentando sin cesar, en presencia de periodistas y pensadores adictos, para que estos la reproduzcan en su artículos y documentos.
La pelea contra una Corte corrupta para imponer otra más profesional e independiente; su política de Derechos Humanos y la profundización de los juicios por delitos de lesa humanidad; el crecimiento económico a tasas chinas de sus primeros años de gobierno; el aumento a los jubilados y la asignación por hijo, son algunas de las decisiones que Kirchner desea que la Historia le reconozca.
Para imponer su versión de la historia, el ex Jefe de Estado contaba hasta hace poco con la mirada acrítica de intelectuales como José Pablo Feinmann, quien en las últimas horas estaría revisando su postura, escandalizado por la compra de los famosos dos millones de dólares que hizo su líder político, para adquirir, supuestamente, la mayoría de las acciones del hotel Alto Calafate.
El escándalo que viene
A propósito. En cuanto a algún funcionario público, fiscal o juez se le ocurra comparar la última declaración jurada que presentaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández con la que exhibieron ante la AFIP, podría estallar un nuevo escándalo.
En la primera presentación se afirma que la compra del 98 por ciento de las acciones de Hotesur habría ascendido a poco más de 5 millones de pesos. En la segunda, los Kirchner aseguran haber desembolsado más de 16 millones de pesos.
Esa y otras “inconsistencias conceptuales” son las que habrían determinado el escandaloso viaje de tres altos funcionarios de la AFIP desde Buenos Aires a la oficina de Víctor Manzanares, contador del matrimonio presidencial, para corregir y contabilizar los errores en los cruces de las declaraciones juradas de Kirchner, Lázaro Báez y Rudy Ulloa, en abril de 2009.
-Si hay que rectificar o corregir algo se hace y punto. Pero de ninguna manera se llevan documentación del estudio ¡Ni siquiera fotocopias, eh!- ordenó Kirchner a su contador, por teléfono, en el medio de la revisión, según testigos presenciales. Como buen obsesivo, no quería dejar nada librado al azar.
A menos que Néstor Kirchner tenga información secreta que los argentinos desconocen, es probable que la historia lo recuerde, también, como el Presidente que no sintió la necesidad de elegir entre el oro y el bronce, sino que fue por los dos, y encima intentó usarlos para reescribir su propia biografía.
En ese contexto, la lectura de los diarios del domingo pasado pudo haber sido una de las causas generadoras de un alto pico de estrés.
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