SELFI CRISTINA

Por Adriana Amado - @Lady_AA Este año no hubo selfi en la ceremonia de los Oscars pero el furor de las redes lo despertó unos días después la foto que mostraba a la presidente haciendo mohines ante un selfie-stick, ese palito del que se cuelga la cámara para ampliar el campo y permitir que salga el fotografiado y su circunstancia. La auténtica autofoto es la que cabe en el abrazo del autofotógrafo pero pocas personas se acercan tanto a los altos funcionarios. Ni siempre estos prefieren las versiones espontáneas. Por eso, hay mucho falsa autofoto en la política, que es la que toma del fotógrafo profesional ubicándose en el lugar de la mano del autofotografiado. Y hay también una doblemente falsa, que es la que captura del momento en que el político protagoniza una selfi.

 

El término selfie viene del inglés y es la partícula que sirve para reflejar al pronombre personal. La traducción no dice mucho y aunque existe la palabra autofoto es menos canchera que selfi, ya adaptada al español en su sonido. El amigo Omar Rincón, el comentarista más agudo de estas cuestiones que conozco, dice que cuando menos la deberíamos llamar yolfi, para que quede claro el narcicismo que alienta esa toma. Pero en tren de inventar palabras me parece que aún es más castizo y elocuente llamarla fotoyó.

Este término es más explícito de la naturaleza de esta foto tomada por su protagonista con el objetivo de compartir en las redes sus instantáneas de la vida cotidiana. Cualquiera que haya compartido una fotoyó con sus amigos sabe que un momento repentino e improvisado se vuelve rápidamente más popular que cualquier foto posada y perfeccionada. Cuanto peor mejor parece ser la regla de la popularidad de las fotos en las redes. La presidente no es a la única a la que le pasa que la foto menos favorecedora circuló más aceleradamente que la que luego la prolija que difundió la cuenta oficial.

Aunque Instagram y Facebook sea el espacio de lo personal, gobernadores, ministros y candidatos habilitaron el propio para exhibir lo público con el filtro de la cotidianeidad. Se esfuerzan por presentar informalmente en las redes los actos de gobierno, pero a la vez los capturan y editan con profesionales. Por eso nadie les cree demasiado como delatan. Basta ver los pocos seguidores y menos “Me gusta” que despiertan unas fotos que se suponen contribuirían a humanizarlos y sin embargo los congela en la pose proselitista. Con el adicional que resulta chocante ese uso intensivo del ciudadano común como marco para encuadrar tanta falsa sonrisa.

Porque una cosa es que una persona cualquiera incluya en su muro la foto excepcional con alguien públicamente conocido, pero solo en la política se da eso de que el famoso difunda fotos con gente que nadie conoce. Yo podría incluir una foto en mi Facebook con, ponele, Luis Majul, para decir a todos mis conocidos “Ey miren con quien me encontré, ¡con un famoso!”. Pero que Macri, Massa, Randazzo, Scioli se saquen una foto con gente que se toparon en una inauguración y la suban a su Instagram, ¿qué vendría a decirnos? ¿”Ey miren con quién me encontré, ¡con un desconocido”? Es cierto que para el político es excepcional toparse con gente común, pero que difunda esas fotos con tanto fervor lo delata demasiado.

El peor par desconocido-conocido de foto proselitista es la del candidato desconocido con político famoso. Caso en que el concejal de Ensenada que no conoce ni su vecino pega al lado de su caripela la de Scioli, como para que la gente crea que son amigos. O cuando el candidato a intendente de Lanús armó un collage con el Paint de Windows pegando al lado de la suya la cara que Macri usa para andar en bicicleta. Las más inverosímiles pero muy comunes son las que usan la imagen de Cristina Fernández, siempre espléndidamente fotografiada con una iluminación sobrenatural, superpuesta a la foto tomada con el celular del candidato con ese rostro marcado por la vida conurbana en tonos de verdes violáceos. Por si la composición necesitara estropearse un poco más, suelen elegir un rostro sonriente para una persona que habitualmente no sonríe.

La fotoyó no hace más que delatar el narcicismo de una clase política que considera que todo tiene que llevar su estampilla. Un análisis de los discursos de Hugo Chávez del profesor Cañizalez confirmó que el yo era más de la mitad de los pronombres que usaba, que duplicaba siempre el nosotros. La palabra “yo” estuvo también entre las cinco palabras más usadas por la presidente argentina, compitiendo por el podio con “todos”, “Argentina” y “millones”, las favoritas de Cristina Fernández en todos sus discursos de inauguración de sesiones.

Claro que los asesores creen que eso “transmite” idea de popularidad, como suponen que está bueno pasarles filtros para mejorar esos rostros que no nacieron para ser carteles publicitarios en alta definición. La campaña política es el reino del fotoyó. Todos creen que es imprescindible que un afiche tenga su primer plano y que con él se exhiba todo espacio vertical disponible. Aunque eso signifique ser la etiqueta con la que cubren los contenedores de basura. Así, postes, vallas, muros, aceras, devienen portarretratos que nos condenan a caminar por la calle observados por esos pánfilos que nos sonríen desde arriba, mirándonos cínicamente desde la impunidad de un cartel.

Entre los filtros, los retoques y la sonrisa desusada, esos de las fotos devienen lo contrario de la fotoyó, esas festejadas en las redes porque capturan un instante genuino, generalmente gracioso, que nos muestra en una situación que llama la atención por lo excepcional. Las fotos estiradas, posadas, editadas, de los políticos en campaña permanente no son compartidas justamente porque no son excepcionales. Son todas iguales. Pero las selfis más exitosas son las que su protagonista odia. Como fue más interesante la burla a la pieza de Massa en la que hablaba con tonada regional para hacerse el pajuerano, que la original. Como fue más popular la foto del mohín presidencial que la retocada. Sin embargo, muchos siguen creyendo nuestras imágenes pueden mejorarnos y convencer a quienes las ven que somos tan bellos como en la foto retocada.