preguntar al gobernante

Por Adriana Amado - @Lady__AA Volvieron las conferencias de prensa y se entusiasmaron unos. Lástima que tanto como volvió la política para otros. Porque ya sabemos que en Argentina la inflación no perdona ni las palabras, que andan por ahí gastadas y arrugaditas como billetes de dos pesos. Y así de inútiles. Que llamemos conferencia de prensa cualquier ronda de movileros alrededor de un funcionario que replica lo que hacía un ministro de la década que creíamos superada delata la modestia de nuestras expectativas en lo que respecta a la información pública.

 

No hace falta mentar un episodio en particular. Ya bastante se comentó el hecho de que una administración que lleva tres periodos en el poder haya finalmente aceptado que su jefe de ministros dialogue a diario con la prensa. Incluso algunos aplaudieron el hecho de que el funcionario haya anunciado como gran concesión que asistirá al Congreso de la Nación para cumplir lo que la ley le impone y que ya nadie reclamará a sus antecesores. Mejor que hablar de qué quiere hablar el poder sería ver qué andamos necesitando saber los ciudadanos. Porque no es que el gobierno no hablara antes. Al contrario. Los gobiernos argentinos recientes (así, en plural, en todos sus partidos, estamentos y geografías) ostentan la dudosa presea de ser los que más gastaron para propagar mensajes. Nadie puede negar que son gobiernos muy habladores. Pero poco conversadores.

Es tan viejo como la democracia eso de que hacer periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa porque difundir los mensajes de otro es hacer propaganda. Muchos vienen adjudicándose la frase desde tiempos de William Randolph Hearst, el magnate (que no el Magnetto) de uno de los primeros emporios de prensa, allá a finales del siglo diecinueve. Desde entonces ya sospechamos que no es hacer periodismo asistir a una convocatoria del poder donde el anfitrión ordena los tiempos, los planos de cámara y las preguntas. Menos limitarse a difundir esas imágenes. Sin embargo, la práctica se volvió costumbre al punto de que hay hasta señales de noticias que tienen como misión principal comentar las imágenes que producen los onerosos departamentos de prensa del poder o recibir los invitados que les habilitan.

Es más, algunos hasta empezaron a dudar si el periodista estaba para conferencias de prensa. Claro que ellos son principalmente los opinadores de los paneles patrocinados por el Estado, trabajo que da más celebridad y estabilidad laboral que el de un periodista que busca afanosamente preguntar algo a su gobernante. Es a todas luces más confortable ver el video que el mismo funcionario prepara primorosamente con un equipo de cámaras y realizadores que financia el presupuesto público y comentarlo graciosamente con los otros tertulianos. Es mucho más fácil comentar esas piezas que el editor compagina magistralmente para que provoquen indignaciones y mofas en el momento preciso que salir a la calle a producirlas. Más cuando puede pasar como en Santiago del Estero que por filmar un policía en protesta, el periodista termine en la cárcel acusado de sedicioso.

También es una comodidad que el funcionario dé declaraciones radiales entre el reporte meteorológico y los mensajes de los oyentes. Que serían exclusivas si no fuera porque el entrevistado viene repitiendo lo mismo en el resto del dial, lo que le da el beneficio colateral de ir ensayando a lo largo del día los argumentos más convincentes. Así el tipo que empezó a las siete de la mañana cuando llega al programa nuestro de cada noche viene con los tonos y las frases ganadoras afiladísimas. En su balance constará que estuvo en todos los lados en general sin decir nada en particular.

Los periodistas argentinos acostumbrados a que los funcionarios les armen el día no van a conferencias de prensa. Mandan al movilero que antes pasó por el principio de incendio en el subte o por la sucursal del Coto a ver si encontraba algún producto de la lista de precios fijos. Estos laburantes del micrófono salen tan temprano a la calle a cazar noticias que les marcan los productores que ni escuchan el pronóstico del tiempo. Cuando llegan a la puerta de Tribunales, del ministerio o a la estación de trenes, tiran a mansalva sin escuchar lo que preguntó el otro. O peor, sin enterarse de lo que venía diciendo el funcionario. En este contexto, la mejor noticia es que volvieron a preguntar los periodistas acreditados en la casa de gobierno a esos fines, sin que esto cierre la discusión de por qué pasaron tantos años con sus funciones anuladas.

La construcción extensiva de la información donde se ventila poca cosa en varios medios sucesivos es claramente superada en espacios de producción intensiva, donde algunos periodistas bien preparados en el asunto y coordinados entre sí pueden llegar a la médula con tres o cuatro preguntas propinadas con precisión. La primera es individualista: el funcionario le habla al periodista estrella del programa. La segunda es colectiva: le habla a varios periodistas sin que importe cuántos son ni de dónde vienen sino qué preguntan. Imagino que los periodistas, que tanto critican las individualidades en cuestiones tan irrelevantes para la democracia como el equipo de la selección de fútbol, comprenderán rápidamente el aporte del trabajo en equipo en la construcción colectiva de la información. Imagino que los que siempre demandan ejemplos en la vida pública no dudarán en valorar la ejemplaridad cívica de un gesto que demuestre que ellos también prefieren lo colectivo a lo individual, la información de todos al lucimiento de uno, el periodismo a la propaganda.