Por Adriana Amado - @Lady__AA La comunicación pública se ajusta a algunos protocolos para tener efecto. Al inicio del ciclo lectivo, la directora da la bienvenida a estudiantes, padres, tutores o encargados y al cierre les certifica los avances de los párvulos. En la misma lógica, al asumir funciones una autoridad propone y al retirarse, expone. Los formulismos como “Prometéis cumplir…” en la jura de un ministro sirven para formalizar el compromiso por las futuras funciones. Al salir del cargo se espera que el funcionario dé cuenta de lo que dios o la patria debería demandarle.
En Argentina, donde el personalismo de la política es tan agudo que ya antes de ser votado cualquier político tiene su apellidismo, la comunicación pública adopta el estilo del gobernante. Una marca personal de la comunicación cristinista es la enumeración de sus aciertos. Aun en ocasiones inaugurales como el inicio de sesiones legislativas no marca lineamientos sino que comenta los éxitos de su gestión ejecutiva. Como contracara, nadie que deja su cargo se siente obligado a rendir cuentas. Antes bien, el funcionario hace uso del beneficio no escrito de tiempo compartido en locaciones exóticas donde nadie acudirá a pedirle explicaciones por su desempeño.
Después de cinco semanas donde la presidente estuvo sustraída de la actividad pública, el lunes apareció para agradecer los saludos y obsequios recibidos y compartir las emociones vividas durante su convalecencia. Aunque en el ínterin se habían resuelto los comicios de medio término, nada dijo de lo que podía esperarse en su segunda mitad de gobierno. Dos días después, en su primera aparición protocolar tampoco explicó qué planes traía la reubicación de funcionarios. Ni siquiera lo hizo el vocero que las anunció. De vuelta al micrófono prefirió, en cambio, mencionar hechos acaecidos con cierta anterioridad como que en meses previos descendió la desocupación, aumentaron las ganancias de YPF, bajó la pobreza e hizo mucho por la ciencia.
Para un partido que se jacta todo el tiempo de revolucionario podría entenderse que su líder haya decidido subvertir las reglas de la comunicación. Pero es curioso que la táctica subversiva sea tan conservadora en su contenido y esté tan obsesionada en la repetición de las cosas que pasaron. La presidente llama al país que dirige hoy “La Argentina que salió del infierno”, definiéndola por lo que dejó atrás. Cuando menciona “Todo lo que falta por hacer” lo hace para recordar que va hacer más de lo que hizo. Porque “el modelo” no es un esquema a seguir sino el croquis de lo que se fue haciendo. Por eso siempre “se profundiza”, no se diseña. Como parte de la premisa de que el pasado se repetirá en el futuro, entonces o hay que recordar para evitar sus males o hay que recordar para reeditar sus aciertos. De ahí la paradoja de un proyecto que no proyecta sino que rememora todo el tiempo. Tan inquietante como la invitación “A seguir para adelante” de alguien que le gusta conducir mirando por el espejo retrovisor.
Muchos festejan el estilo talk show de la presidente porque dicen que se muestra relajada, espontánea, personalísima. El asunto es que, a sabiendas o no, todos los involucrados en la información pública están jugando con las reglas de ese espectáculo. Especialmente los más críticos que cumplen esa función del marido engañado que se sale en cuanto programa lo convoque a explicar las razones de su desengaño. La política del talk show es una puesta en escena con público en el piso, donde la conductora estrella presenta con reflectores y viñetas coloridas aquello de lo que los demás van a hablar. La novedad del talk show presidencial es que las escenas no ocurren en el mismo programa. Las cuestiones se presentan al final del día por los canales oficiales y los que se dan por aludidos salen a explicarse en el cable de la noche o en las radios de la mañana. Lo mismo da que sea la facturación de la petrolera estatal o los amenazadores mordiscones del perro Simón a las extensiones de pelo presidenciales.
El periodismo se contenta con solicitar las opiniones del elenco estable de panelistas sobre personas que, como en los programas chimenteros, raramente están presentes en la conversación. La información se reduce a comentarios y entrecomillados. Las noticias hablan de los dichos sobre los hechos presentados como anuncios. Que raramente coinciden con la experiencia de los ciudadanos a los que apenas se convoca como espectadores del programa diario. Y como todos conocemos bien eso de que en los medios cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, que andemos inquietos y descreídos de la cosa pública es casi el efecto buscado.