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Por Adriana Amado - @adrianacatedraa En su afán de abrazar las causas populares, ciertos grupos caen en la tentación de idealizar la pobreza, o sentir que están más cerca de las masas cuando amenizan los actos oficiales con el arte povera de los percusionistas de “El choque”. Más allá de la mirada edulcorada, para una parte de la sociedad el pobre es el miedo, el otro, el villero, el piquetero, el pibe chorro, el hijo del paco, con lo que la cruel condición social adiciona el estigma de la marginalidad y el crimen. Los funcionarios, entre tanto, concluyen que esa inseguridad es una sensación y algunos intelectuales solo hablan de la violencia simbólica, operación que permite a ambos concentrar la responsabilidad en los medios y acusar de actitudes oligárquicas a los que se enrejan en sus casas para convivir con el terror de la pobreza.

Frente a esas simplificaciones, el libro de Javier Auyero y María Fernanda Berti* nos viene a contar que la violencia en los suburbios es otra cosa. Es una cadena de violencia “cuando unos transas entran por la fuerza a una casa, apuntan a la cara de la madre de un adicto y reclaman un pago, sin tener en cuenta la presencia de niños y niñas que son testigos del despliegue de armas y empujones, y cuando esa misma madre amenaza con ‘romperle los dedos’ a su hijo (o le pega hasta ‘ver salirle sangre de la cara’, o llama a la policía, a la que sospecha involucrada en el tráfico, para que ‘se lo lleve preso porque ya no sé más qué hacer con él’) para evitar que robe objetos de la casa”. Es también una experiencia cotidiana para los que viven en una periferia que es a la vez cercana pero olvidada porque es la violencia “usual (en el sentido de comúnmente practicada) y aprendida” como única forma posible de convivencia. La violencia además es estructural porque es privación y sufrimiento creados por el funcionamientode estructuras o instituciones sociales. O su deficiencia.

En ese lugar del conurbano de cuyo nombre no vale la pena acordarse porque podría ubicarse en cualquier punto cardinal de las metrópolis más importante de la Argentina, los chicos dibujan vecinos a los tiros como viñeta del día y fotografían basurales por paisajes. Y cuentan, como si nada, cuentos de golpizas, balas perdidas, violaciones, muertes, mientras tranquilizan a la maestra que escribe la bitácora de semejantes tristezas con la frase “Estamos acostumbrados”. Pocas veces un libro de sociología profunda exuda tanto amor de los investigadores por su objeto de estudio, tanto cuidado por los testimonios, tanta prudencia por no lastimar a nadie con las conclusiones. Saben que se trata de algo frágil, delicado, a pesar de esa envoltura horrenda y temeraria que tiene la violencia cotidianizada. Entienden, porque Berti es una docente que la vive a diario y Auyero es un cientista social que la estudia hace mucho. Ven porque los dos miran desde afuera: María Fernanda desde el confín de la ciudad que no se ve desde los despachos; Javier desde la distancia de la academia central, que da método y rigor en un campo que localmente viene demasiado ensayado. Juntos supieron despiojar amorosamente las múltiples cabelleras de esa Hydra que devora el buen vivir de tantos conciudadanos, tan hedionda como los vahos del Riachuelo que los asfixian. Y no dejan de recordarnos en cada página que no hay una única causa, que no se mata el monstruo aplastando solo algunas de sus cabezas, ni alcanzan los paliativos del Estado intermitente (ni ausente del todo, ni del todo presente) para apaciguar a la fiera.

El resumen mejor está en la enumeración de deseos que los chicos escribieron en el pizarrón del aula que gestó el libro, que es en sí misma una monografía de la violencia y la pobreza. Es una lista que bien podría servir de orientación para la acción de aquellos que en las últimas semanas anduviern tan ocupados concertando sus propias listas.

Para el barrio, deseamos que:
Dejen de robar
Arreglen la vía que está rota
Pinten las casas del asentamiento
Limpien la basura del río
No tiren la basura en la calle
Dejen de matar
Vayan todos los ladrones presos
Pinten el puente de la feria
Nunca más roben en la escuela
Haya más lugares en los hospitales
Arreglen los puestos de la feria y las veredas
A los pobres les den una casa

* Javier Auyero y María Fernanda Berti, La violencia en los márgenes, Katz Editores. Fotografías gentileza de la editorial.

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